La última noche.

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Las quemaduras eran profundas y tardaban bastante en cicatrizar. Hélen, en una esquina de la mazmorra esperaba a que los malditos vampiros se alejaran para darles algo de espacio a solas.

Cuando escuchó sus pasos alejándose, se acercó rápida hasta el hombre tumbado al otro extremo de la celda.

-Hermano... Viorel.
Su voz era como la de un ángel en medio de un infierno incandescente.
Refrescante y suave como una caricia de viento primaveral. Le hacia recordar el tiempo en que había sido feliz, junto a toda su familia. Siendo solo un niño. Aprendiendo a ser un guerrero. Recordaba los interminable inviernos, cuando después de un mes entero fuera de casa volvía solo para ser recibido por un caluroso abrazo de su hermosa hermana menor. En esos momentos, nada podía tener mas valor para él.

Su vida fue dura, pero con ella a su lado podía superar cualquier obstáculo.

O al menos eso creyó.

Con vergüenza y cansancio levanto la mirada escondida detrás de esos mechones enmarañados de cabello azabache. Esas gemas violáceas, ya no tenían brillo. ¿En verdad esto seria todo? Había condenado a su propio reino, a su familia, la única que le quedaba. Esa posiblemente era la ultima noche juntos.

Las lágrimas, tan molestas como siempre, escozian en sus párpados. Con furia las barrio de sus ojos. ¡No! ¡No se iba a poner a llorar como un maldito debilucho o un crió! ¡Él era un lobo de linaje ancestral, de sangre pura! No como la podrida de Marius.

¡Ocupaba un lugar que no merecía, del que no era digno!

-Hélen... Saldrás de aquí, buscarás a Aída y a los demás. Tomaran un barco directo a las tierras medias y no volverán. ¡Yo me encargaré de matar a esos bastardos!

La chica arrugo el entrecejo. ¡Jamás!

-¡Eso no! ¡No voy a dejarte aquí!

-No te lo estoy preguntando. Obedeceras. ¡Serás una buena líder! Eso habría querido nuestro padre.

-No es verdad. Él te formó para que fueras un Rey. Ese es tu destinó. ¡Debes salvar a nuestra manada de Marius! Si tu mueres... Yo no podría seguir adelante.

Lo abrazó, él lobo la atrajo con sus brazos. Era sólo una pequeña.

-Perdoname... No he sabido como ser un buen hermano. Me encerré en mi mismo en lugar de luchar contra Marius y sus bastardos hombres. No pude cuidarte.

-¡Basta, no sigas!

Lo miró a los ojos, acariciando su rostro.

-Eres el mejor hermano que existe. Y te amó. Y no insistas en que me valla. He estado tanto tiempo sola, que no pienso dejar a la única familia que tengo así sea en las ultimas horas. Perdoname tu si soy egoísta, pero...¡No puedo irme y simplemente dejarte atrás!

La noche llegó, fría e inhóspita. Las negras nubes de una próxima tormenta acercándose desde el mar, amenazaba al reino con lluvias torrenciales para esa noche.

Los habitantes poco sospechaban de lo que estaba pasando en el castillo de su Rey.

Excepto por un pequeño grupo de valientes escondidos entre a espesura del bosque. Esperando la noche
llegara, con un plan entre manos.

.....

-¿Están seguros que es seguro entrar por los ductos de desagüe del castillo?

Pregunto el joven aprendiz de mago. Alrededor de la fogata los diez pensaban como resolver el dilema.

La loba no soportaba tanta cobardía. Tanta indecisión.

-¡Sera mejor que decidan de una puñetera vez o yo misma iré hasta allá y sacaré al estúpido de Viorel de ese lugar! ¡No son mas que ratas asustadas!

El Reinado Del Fuego: La princesa y el Lobo ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora