El Lobo y la Luna

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Caminó hasta ella. Tirada en el rocoso suelo. Lastimada y débil. Todo cuanto un lobo debería odiar. Debilidad.

Una humana, inferior.

—Hasta aquí llegaste, princesa de Ígneo.

Cogió la espada, apretando el mango entre sus dedos ensangrentados y mugrientos.

Su mirada vidriosa y llena de un odio visceral, se clavaron en la rubia.

El sonido del agua fluyendo en el río rompía la quietud del lugar. Al igual que los sollozos de Amelía.

Aída, con el seño fruncido trato de levantarse. Si moría, lo haría de frente a ese monstruo. Jamás dándole la espalda.

Si, era cierto era humana, pero... ¡Pero!

Entre sus manos, sostuvo las rocas grandes y lisas de la orilla al río.

Con fuerza, la que le quedaba. Las lanzó al despreciable hombre. Una de ellas le dio de lleno en el rostro. Haciéndolo sangrar. Las demás golpearon su cuerpo.

—¡Cobarde! ¡Monstruo!

No podía más. Las lágrimas se mezclaban con su sudor.

Cojeó en dirección de Marius, tomando su estola, lo arrastró hasta ella. A trompicones ambos calleron dentro de las frías aguas, entre más nadaban mas se adentraban en la corriente.

—¡Aída! ¡Aída!...

Amelía corrió hasta la orilla, pero fue tarde. La corriente los había arrastrado tanto que se habían perdido de vista.

Calló de rodillas, en un mar de desesperación y lágrimas.

Siendo princesa, humana... Nada había podido hacer.

.......

La corriente, fuerte y descomunal, arrastraba de forma despiadada, ambos cuerpo.

Marius, con ambas manos trataba de sujetarse de la orilla, pero era casi imposible. El río los había arrastrado corriente a bajo. Directo al mar, la desembocadura, haría sus cuerpos trizas sin importar lo que fueran. La caída, justo encima del risco. Una muerte segura.

Había tenido que enterrar los dedos dentro de la tierra y las raíces de la misma. Logrando sujetarse. Aída, sujeta a sus ropas hechas jirones poco podía hacer para moverse.

Al sentirla a su lado, Marius trataba de empujarla para liberarse.

—¡Sueltame maldita humana!

Los golpes que daba no alcanzaban su cuerpo.

Aída, tragaba agua más y más mientras pasaban los angustiantes minutos.

Las fuerzas la abandonaban.

¿Sería esta su muerte?

Miró al cielo, no había luna, no había estrellas. El sol, estaba en su apogeo.

"Viorel.... Te amó. Pero.... No puedo más"

......

El camino de regreso no podía parecerle mas largo. Cada paso, era a su parecer más encumbrado.

De repente, con la loba en brazos se detuvo. Miró hacia atrás. El sendero del camino llegaba hasta la división de dos caminos, uno directo al castillo y el pueblo o aldea, otro, en dirección del bosque, las montañas y el río.
Y con ambos, la salida al puerto. La única salida que veían.

Ágora, prestó atención a los gestos del lobo y miró a donde sus ojos se clavaban. Si, el joven mago se había alejado de si lado. Buscando aquello que su alma mas ansiaba. Sueños y esperanzas.

El Reinado Del Fuego: La princesa y el Lobo ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora