"Las mil y una noches"

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Aída, había perdido la cuenta de cuantas veces se había venido sobre el vientre del lobo, cabalgándolo sin descanso. Embriagada en un cóctel cósmico y lleno de terminaciones nerviosas, que estallaban y quedaban a flor de piel.

Sólo sabia que, en cada envestida, había conocido cada centímetro del fornido y moreno cuerpo del lobo. Podía medir con exactitud cada una de sus cicatrices.

Incluso, podía contar las veces que el lobo, en medio del trance del placer, había pronunciado su nombre en lengua "común" y celta.

La cueva, había pasado de ser fría y húmeda, a caliente y agradable. Ha ser un refugio, a un nido llenó de pasión y de entrega.

Cuando lo vio entrar de nuevo, mientras agazapada lloriqueaba su indiferencia creyó que sería el final de toda convivencia. De todo lazo y que lo que había ocurrido no había sido mas que un error mas en sus vidas.

Pero, en lugar de eso, pasó algo que no imaginó. Los ojos violáceo del guerrero, se volvieron negros. En su totalidad. Adoptando un aspecto un tanto antropomorfo.

Incluso, creyó se había vuelto más alto en cuestión de segundos.

Sólo eso bastó, para que a grandes zancadas la alcanzara y echándola al hombro la llevara hasta el lugar donde minutos antes habían consumado su primer encuentro pasional.

Con poco o ningún cuidado, la arrojó al mullido lecho de pieles. Aída, incapaz de reaccionar, se dejó arrastrar una vez más en ese torbellino de placer. Placer mas allá de sus sueños mas eróticos.

Insaciables, ¿como pararían?

La rubia, a punto más cercano del quinto orgasmo desfallecedor, ahogó un grito mordiendo su lengua. Cayendo rendida sobre el pecho sudoroso y agitado del hombreton.

Viorel, había por fin completado el celó. El frenesí y la lujuria poco a poco fueron menguando en su sistema. Ya por fin era capaz de pensar con la cabeza y no con las pelotas.

Su lobo, saciado hasta la ultima gota de placer de su mate, por fin acalló los ladridos y aullidos en su cabeza.

Con calidez, envolvió en sus brazos a la chica. Ésta, agotada hasta desfallecer se había quedado profundamente dormida.

¡Dios mio! ¡Cuanto la amaba! Al grado mismo de acabar con toda la maldita ciudad y con Sandor mismo. Se había hundido hasta lo mas profundo del amor. Enloquecido de veneración a ella.

Frágil y delicada, tomarla entre sus manos seria su más grande hazaña. Incluso podría reírse de si mismo. Juró que si llegaba a encontrar a esa persona especial, él mismo la destruiría. Y siendo una humana, con mayor razón.

Pero... ¡Que patético fue el imaginar que podría siquiera tocarla! Aída era simplemente, lo mejor de cada día.

Se había convertido en su aire, su fuente de vida, la sangre en sus venas.

Sin ella... Morirá. Por ella... Mataría.

De forma suave y delicada, paso la yema de sus dedos por su mejilla sonrojada. La apegó mas a su cuerpo.

— Duerme... Duerme mi amor, que yo velare tus sueños esta y todas las noches por venir — beso su frente y sus labios. Dejándose llevar también por el sopor.

.........

El mago, desconcertado había caminado sus éxito alguno. ¡Todos! ¡Absolutamente todos habían desaparecido! Cuando despertó tumbado entre la maleza y con el frío de la mañana, se había dado cuenta que la princesa, Amelía y Ágora, se habían ido.

El Reinado Del Fuego: La princesa y el Lobo ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora