Capítulo seis

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El invierno había llegado impiadoso y los árboles ya estaban completamente desnudos. La mayoría de las plantas del jardín habían perdido sus flores y estaban en reposo. En la pileta vacía todavía flotaban hojas secas y hasta Sultán parecía afectado por el frío. Se pasaba las tardes junto a la chimenea de la sala y nos seguía con la mirada cuando pasábamos por su lado, a la espera de un mimo.

La noche del viernes, Sultán había insistido en dormir en mi habitación y no tuve forma de sacarlo. Así que lo dejé dormir en el suelo y por suerte no molestó. Comenzaba a caerme mejor.

La mañana del sábado, mi hermana me despertó abriendo la puerta de golpe.

—¡Maxi! ¿Me llevás al estudio?

—¡Buenos días, nena! —grité, con el corazón en la boca—. ¿¡Cómo me despertás así, pendeja?! ¿¡Qué te pasa?!

Melody dio un par de saltitos, inquieta e impaciente.

—¡Perdón, Maxi! Dale, papá está pelotudeando en la sala y me dijo que te pregunte a vos si me podés llevar. Dale, por favor por favor.

Sultán se despertó y abrió la boca en un sonoro bostezo.

—Va a estar Tommy.

Abrí los ojos. Me incorporé sobre los codos.

—Mentira. El otro día me dijiste que estaba y ya se había ido.

—Sí, pero va a ir este ensayo. Para mirar nomás.

—¿En serio?

—¡Sí!

—Bueno. Me visto y te llevo.

Papá estaba cocinándose en la cocina. Afuera hacía menos de diez grados y allí estaba mi viejo, en mangas cortas y sin medias, sepultado entre papeles. Raro. Si quería trabajar el fin de semana, simplemente se encerraba en su estudio. Pero cuando pasé a su lado me di cuenta de que no se trataba de trabajo.

—...Con una barra y un espacio donde colgar las copas, como en un par. ¿Te parece, Vero?

Mi mamá asintió en silencio. Estaba apoyada contra la mesada de la cocina, con los brazos cruzados sobre el pecho.

—¿Qué onda? ¿Qué es esto?

—Buenos días, Maximiliano.

Agarré uno de los papeles. Parecía una especie de croquis, un boceto de algo que no acababa de entender.

—Tu padre quiere construir un quincho en el fondo del jardín —dijo mamá, dándose vuelta para apagar la cafetera.

—¿No les parece una buena idea? —dijo papá—. Con una heladera de bebidas, una barra, bien caribeño. Perfecto para cuando celebremos algo, un cumpleaños, una fiesta...

Un desalojo.

—¿Querés un café, hijo? —me preguntó mi mamá—. Dejá, yo te lo sirvo.

—Gracias, ma.

Le di un beso en la frente. Esta mañana había torta de ricota para desayunar.

—¿Puedo comer? —le pregunté a Melody, que me miraba ceñuda desde la puerta de la cocina.

—Sí, pero apurate, dale.

Di un bocado de torta, un sorbo de café. Papá se veía realmente emocionado con su idea del quincho. Mamá lucía aburrida, como siempre.

—Voy a llamar hoy mismo al albañil que le hizo el lavadero a Josefina, me dijo que el tipo trabaja muy bien.

Me tomé el resto del café un sorbo. Alguien tenía que recordarle a mi bienamado padre que hoy era sábado. Alguien tenía que dejarle claro que nadie tenía por qué estar a sus órdenes durante el fin de semana.

Mi cielo al revés (terminada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora