Capítulo quince

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Las calles ya estaban completamente adornadas de rojo, verde y dorado. Las vidrieras de los negocios ya lucían las acostumbradas guirnaldas de muérdago falso y algodón que simulaba ser nieve. En Buenos Aires es verano en Navidad, ¡supérenlo! Me parecían ridículos todos esos adornos invernales. Corrí por la peatonal y doblé en la plaza. Quisieron interceptarme un par de chicas de Tarjeta Naranja, me entregaron volantes de tarot y parapsicología («Haga que vuelva su pareja»), de autos usados («Planes de financiación ajustados a sus necesidades»), de centros de estudios («Terminá la secundaria»).

Por fin, el teatro del barrio. Las amplias puertas de vidrio estaban empapeladas por afiches de un par de obras, alguna que otra comedia musical y un comediante de stand up extranjero que se presentaba en el país por primera vez. Le mostré mi entrada al empleado y éste me dejó pasar.

La sala del Plaza estaba repleta, pero las luces aún permanecían encendidas. Las voces del público acallaban los chillidos nerviosos de los bailarines que aguardaban para salir al escenario. Me acomodé al lado de mi mamá y una nena desconocida, y preparé la cámara.

—¿Todo bien, hijo? —me saludó mamá—. Casi llegás tarde.

—No vino la amiga de Tomás —susurro mi papá, señalando el asiento que estaba a su lado, el de Turquesa, que permanecía vacío.

Le sonreí y me encogí de hombros. En ese instante bajaron las luces. Las personas dejaron de hablar y detrás del escenario alguna chica soltó un gritito nervioso.

Una voz grabada nos dio la bienvenida y advirtió que estaba prohibido fumar y que las salidas de emergencia estaban señaladas con carteles luminosos.

—¡Que disfruten del espectáculo! ¡Todo el staff de Ritmo Latente les desea una feliz Navidad y un Próspero Año Nuevo!

La apertura del show consistía en pequeñas coreografías de jazz con motivos de Disney. El Peter Pan del trajecito ajustado bailó con cinco pequeñas campanitas que se movían con torpeza sacudiendo sus varitas mágicas. Una Pocahontas demasiado blanca para mi gusto se abrazó con un John Smith pelirrojo mientras un grupo de indiecitas correteaban a su alrededor. Anastasia se abrió paso entre el público llevando una valija, subió al escenario por un costado y giró como una calesita en unos tacos como de quince centímetros.

Me gustaban las ideas que los profesores tenían para las muestras. Siempre eran muy originales. Siguió una coreografía de reggaeton. Melody era, sin duda, una de las mejores bailarinas. Bailaba con sensualidad y seguridad, sin llegar a ser demasiado provocativa.

Siguió una coreografía de bachata en parejas, luego una de tango, una de salsa. Melody bailó otra vez, ahora una coreografía de danza contemporánea. Algo que nunca dejaba de admirar de mi hermana era cómo su cuerpo podía amoldarse a diferentes estilos de danza. Podía volverse elástica para la danza contemporánea, rápida y robótica para el hip-hop, ondulante y sexy para el reggaetón, delicada y femenina para el jazz.

Entonces, llegó él.

Vestía una remera blanca y unos chupines de jean agujereados en las rodillas. Iba descalzo y caminó por el escenario lentamente, con ese paso tan característico de los bailarines: apoyando primero la punta y luego el talón. Suspiré sin darme cuenta. Sentí que mamá me miraba de costado y, cuando me giré, vi que papá también me observaba. Intentó sonreírme, pero la sonrisa le salió falsa, como una mueca.

Tommy alzó los brazos, como si quisiera arrancar una estrella del cielo, y luego se llevó los brazos al pecho, al corazón.

Entonces, una voz femenina exclamó: It's been a while.

Mi cielo al revés (terminada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora