Entretiempo

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Llegamos casi a las tres de la madrugada a Agronomía. Encontramos a Turquesa sentada en el cordón de la vereda, llorando con la cabeza entre las rodillas. Ya había venido la policía, había hecho la denuncia... pero ¿cómo se iba a ir a dormir con la peluquería destrozada, si esa era la única puerta de entrada?

La peluquería de nuestra amiga estaba destrozada. Habían roto los vidrios con botellas de cerveza (los fragmentos transparentes se mezclaban con los marrones) y en la pared habían pintado con aerosol rojo la palabra PUTO.

Entonces, conocí el lugar donde dormía Turquesa desde que se mudara allí. En un cuartito diminuto había acomodado una pequeña cama, una mesita de luz y una cajonera vieja. Había humedad en el techo y en una esquina la pintura se estaba descascarando. Ella se sentó sobre la cama y siguió llorando con el rostro entre las manos. Tommy se sentó a su lado y la abrazó, y yo me quedé parado frente a ellos, aturdido. La maldad me aturdía, la violencia. La hipocresía.

Me senté junto a ella y la abracé; la abrazamos entre los dos. Abracé a Tommy con Turquesa entre nosotros.

—Gracias, mi amor —susurró ella rodeando a Tommy con un brazo, estrechando su cabeza contra su hombro.

—Para algo están los amigos —respondió él.

Entonces, Turquesa hizo algo que me sorprendió. Acercó su rostro al de Tommy y lo besó apenas en los labios. No me pareció un gesto sensual, sino una muestra de afecto, de suprema ternura.

¿Y a mí? ¿No me vas a dar un beso?, pensé sin querer. Y como si me hubiera escuchado, Turquesa me pasó su rollizo brazo por los hombros, me apretó contra ella y nuestras frentes se tocaron suavemente. Me dio un piquito que terminó aun antes de haber comenzado. Mis labios se quedaron entreabiertos, como esperando más.

A primera hora de la mañana llamamos a una vidriería para que presupuestaran la reparación. Turquesa casi se larga a llorar de nuevo cuando escuchó la cifra.

—Yo lo pago, Turque —le dije—. En serio —agregué cuando abrió la boca para replicar—. Y si decís que no, no me importa. Mañana te vas a levantar y va a estar arreglado.

—Pero...

—¡Mañana va a estar arreglado!

Le di plata a Tommy para que fuera a comprar pintura, pero...

—¡Compraste pintura para interior, pedazo de gil!

—¡Acuarelas trajo el pelotudo!

—¡Bueno, basta! ¡Vayan ustedes! ¡Encima es repesado este tarro!

—Ay, qué mariquita...

Y así pasó nuestra mañana, pintando la fachada de la peluquería y esperando a que llegaran los empleados de la vidriería para reparar la entrada.

—No tenías que decirme pelotudo —susurró Tommy fingiendo un puchero, cuando nos encerramos en el baño a hacernos mimos mientras los empleados arreglaban el vidrio—. Si compré la pintura que me dijiste. No entiendo...

—No digas nada. ¿No viste la habitación de Turque? Está llena de humedad... Le voy a decir que use esa pintura para hacer algunas refacciones...

Tommy se arrodilló a mis pies y me contempló con una pequeña sonrisa. Ahogué un gemido cuando su nariz me acarició la ingle y luego, cuando su lengua tersa me lamió la punta del pene.

Afuera se oía el sonido de una sierra. Adentro, los latidos de mi corazón.

Sin que me diera cuenta, algo, una idea, había comenzado a nacer en mi interior. 

Mi cielo al revés (terminada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora