Un martes por la noche, días después de la muerte de mi abuelo, recibí un mensaje de Turquesa. Necesitaba un favor muy importante y se disculpaba de antemano por pedírmelo en un momento como este. Rápido, le interrumpí el chamuyo: dale, diosa, soltalo, que tengo sueño!
Turquesa necesitaba de mi auto. Tenía que ir a la casa de su ex a buscar sus pertenencias y debía hacerlo por la mañana, cuando el hijo de puta no estaba en el departamento.
Contá conmigo, a qué hora querés que te pase a buscar?
Sos un amor, Maxi, gracias.
En serio, no sabes cómo te agradezco.
Sí, sí, dale, mi vida, pasame tu dirección.
Para mi sorpresa, minutos más tarde, cuando estaba a punto de quedarme dormido, me despertó un mensaje de Tommy:
Me dijo Turquesa que la vas a ayudar a llevarse sus cosas.
Yo también quiero ir!
Así que el miércoles por la mañana, después de desayunar, pasé a buscar a Tommy por su casa.
—¿Y a vos te dejaron faltar al colegio? —le pregunté cuando se sentó a mi lado. Llevaba la mochila al hombro y la arrojó con muy poca piedad hacia los asientos traseros. Tenía puestos unos jeans grises, una campera negra y una bufanda verde oscuro. Al parecer, no se vestía demasiado llamativo para ir al colegio.
—Esto es importante —dijo serio—. El forro de Emilio no le quiere devolver a Turquesa un montón de cosas. Se quiere quedar con la licuadora, el equipo de música... Y además con toda la ropa. ¿Me querés decir para qué carajo quiere la ropa de Turquesa?
—Para joderle la existencia. —Recordé con rabia la foto en que mi amiga estaba con la nariz lastimada.
Nos pusimos en marcha y pronto encaramos Blanco Encalada. A media mañana, las calles cercanas a mi casa no estaban tan concurridas. Toda la gente ya estaba en el trabajo. Pero cuando llegamos a la avenida principal del centro, Triunvirato... Ah, eso era otra cosa.
—Qué turro ese tipo. Se merece que lo desvalijemos. —Le guiñé un ojo. Tommy me sonrió y se cruzó de brazos, decidido a inaugurar su lista de delitos juveniles.
Pasamos junto al hospital Tornú, luego bordeamos el Polideportivo Costa Rica y, finalmente, la Facultad de Veterinaria.
—¿Qué calle era la casa de Tur?
—Quirós. La peluquería.
Ah, la peluquería. Cierto.
—¿Pero no quedaba pasando el puente San Martín?
Me detuve en una esquina poco recomendable, junto a una cafetería de nombre judío.
—No, queda acá... Doblá a la izquierda.
—Es contramano, mi vida.
—Ah. —Se puso colorado—. Entonces bajemos acá y vayamos caminando. —Me señaló un hueco entre dos camionetas estacionadas.
—No se puede estacionar acá. ¿Ves ese cartel? Está reservado.
Se rió.
—Cuando quieras aprender a manejar, decime, que tengo mucha paciencia —le dije suavecito, mientras avanzábamos despacio en busca de un lugar para estacionar.
—Sí, ya lo sé...
Nos reímos los dos. Mientras ubicaba el auto en el cordón de la vereda de un parque, lo descubrí mirándome. Fingí no darme cuenta. Lo dejé, que mirara, que pensara lo que fuera que estuviese pensando. Y quise saber cuáles eran esos pensamientos..., pero mientras bajábamos me dije a mí mismo que no. Que se los quedara. Que si algún día quería compartirlos conmigo, sería más que bienvenido.
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Mi cielo al revés (terminada)
RomanceMaximiliano está cansado de guardar secretos. Tiene bastantes, pero hay dos que últimamente le quitan el sueño. El primero: es gay y está enamorado de Tommy, el mejor amigo de su hermana. El segundo: no quiere ser abogado como su hermano, su padre y...