XXXIV

3.6K 370 9
                                    

También hay que tener valor para confesar tus sentimientos.
            Manifiesto de Osadía

Despierto al tener frío.

Me revuelvo en la cama, frustrada, tratando de pegarme a Eric para recuperar el calor.

Pero el espacio donde debería estar su cuerpo esta vacío.

Confundida, me incorporo. Miro alrededor de mi, pero en el dormitorio iluminado por la luz de la luna no hay nadie.

Es entonces cuando a través de la rendija de la puerta veo que la luz del baño está prendida.

Suspiro aliviada, y me vuelvo a tumbar, esperando a que salga.

Pero pasan los minutos y Eric no llega.

Extrañada, toco cautelosamente la puerta.

- ¿ Eric ?

No escucho movimiento dentro del baño. Preocupada de que pueda haberle pasado algo, abro la puerta. Y cuan grande es mi sorpresa cuando lo veo sentado en el suelo con la cabeza entre sus rodillas.

- Eric, ¿ estás bien ? - pregunto acercándome.

- Dame un minuto, ¿ quieres ? - me pide. Su voz suena débil y entrecortada.

Me arrodillo delante de él y acaricio su pelo.

- Eh, mírame - susurro.

Él levanta la mirada.

Suelto una exclamación consternada al ver las lágrimas caer por sus mejillas.

No creo haber visto nada parecido en toda mi vida. Eric, el orgulloso, impasible y egocéntrico Eric, llorando.

- Ei, ¿ qué pasa ? - pregunto apenada, terminando de sentarme frente a él y limpiándole las lágrimas cariñosamente.

Él niega con la cabeza, y aprieta mis manos.

- Nada. Nada.

- Sabes que puedes contarme cualquier cosa, ¿ verdad ?

Eric sonríe levemente, pero sé que aún está afectado.

- Lo sé... pero aún no estoy preparado para contártelo. Quizás más adelante.

- Bien - asiento, besando sus nudillos - cuando tú lo consideres oportuno. ¿ Volvemos a la cama ?

Eric asiente, y ambos nos ponemos en pie.

Espero a que se recueste en la cama, y entonces apago la luz.

Corro a tumbarme junto a él, y lo rodeo con mis brazos.

- Duerme - susurro en su oído, besando su mejilla.

Deslizo mis dedos arriba y abajo por su brazo, en una suave caricia, hasta que su respiración se ralentiza. Entonces sé que se ha dormido.

Ahora, que no puede oírme, me atrevo a confesar lo que llevo días guardándome :

- Te quiero.

FactionlessDonde viven las historias. Descúbrelo ahora