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La tristeza funciona de una forma extraña.

La lluvia cae porque las nubes ya no pueden soportar su peso. Las lágrimas caen porque el corazón no puede soportar su dolor.

A veces la gente llora. No porque sean débiles, sino porque llevan mucho tiempo siendo fuertes.

Y las peores lágrimas son las que derramas por algo que no lograrás reemplazar.

Porque aunque Jace ha estado intentado llenar ese hueco, no es lo mismo. Jace es guapo. Es fuerte, es bueno, es osado. Debería aceptar su propuesta, debería intentarlo... pero no puedo. Él no es Eric.

Hace unos meses tuvimos una gran discusión por ello. Dolido, me dijo que jamás podría competir con un muerto.
Indignada, mi mano se estrelló contra su mejilla. Desde entonces no hemos vuelto a tocar el tema, pero sé que sigue estando detrás de mi.

Duele tener a una persona en tu corazón, pero no poder tenerla entre tus brazos. Yo le quise, a sabiendas de que lo iba a perder. Cada día le perdía un poco más, le olvidaba un poco más, y yo seguía intentando llenar mi alma con sus recuerdos.

Pero la tristeza no es nuestra peor enemiga ; es la dejadez.

Es más fácil fingir una sonrisa que explicar porqué estás triste. Es lo que llevo haciendo todo este tiempo.

Después del día en que Eric se fue de mi vida dejé de ser la misma. Era yo, en apariencia... pero mis ojos ya no mostraban la fuerza en mi interior, las ganas de luchar.

Soy como un cascarón vacío. Un  cuerpo sin alma.

Le pienso, en cada momento.
Le quiero, cada día.
Le sueño, cada minuto.
Le necesito, en cada lugar.

Han pasado ya dos años. Dos años y tres meses.

A veces deseo que nada de esto hubiera pasado. Deseo poder volver atrás en el tiempo y borrarlo, todo, para no sentir este dolor. Pero entonces deshago la idea. Es mejor haber amado y haber perdido que jamás haber amado. Y no hay un solo segundo que pase en el que yo me arrepienta de haber amado a Eric.

Apenas me doy cuenta de que hemos llegado a Abnegación.

Reacciono, saliendo de mis pensamientos, y devuelvo la vista al niño que sujeto entre mis brazos.

Él es la única razón por la que sigo adelante. Él es la razón por la que me hago más fuerte cada día... pero sigue siendo mi única debilidad.

Hay veces en las que no puedo evitar llorar al verle. Porque si bien me hace inmensamente feliz, también me causa dolor. Se parece tanto a su padre... me cuesta dejarle ir estando él a mi lado.

El pequeño Eric me mira con sus ojitos azules, como si supiera que algo malo me pasa.

Acaricio sus deditos, sonriendo apenada.

Las puertas se abren, y entran unos abnegados en la habitación. Es la hora.

Se acercan al monitor pegado a la pared, que registra su frecuencia cardiaca, y lo apagan. El sonido desaparece.

Apenas me doy cuenta de cómo Jace me quita a Eric de los brazos, para mecerlo entre los suyos.

Me acerco a la cama, lentamente, como si estuviera caminando a mi propia ejecución.

No quiero la compasión de nadie. No quiero sus sonrisas. Quiero que Eric despierte.

- Espera - ruego - y las mujeres dejan de manipular los cables conectados a su cuerpo - espera.

Me miran expectantes. Yo me tomo mi tiempo.

No es justo que tenga que perderle por segunda vez.

La política de soporte de vida en Abnegación es estricta. Dos años y tres meses son lo máximo que se permite dejar a alguien en coma. Sostienen que los recursos empleados en una persona que no va a despertar pueden ser utilizados en salvarle la vida a otra. Entiendo su punto de vista. Pero eso no hace que duela menos.

- Eric - susurro, sentándome en la cama. Mi pequeño hace un ruidito en los brazos de Jace, creyendo que le hablo a él.

Jace pasea de un lado al otro de la habitación, para tranquilizarle.

- Eric - repito, con la voz rota - No me dejes, por favor. Por favor, no me dejes sola. No dejes a tu hijo. Si puedes escucharme, te pido que luches. Lucha con todas tus fuerzas, como el osado que una vez fuiste. Vuelve conmigo.

- Señorita, tenemos que desconectarle ya - anuncia una de las abnegadas. La ignoro.

Acaricio los nudillos de Eric con mis manos, rogando por un milagro.

- A veces, aunque duela, lo más sano es decir adiós - dice Natalie Prior, con una sonrisa triste.

Es hora de despedirse.

Me inclino sobre su rostro sereno. Cualquiera diría que solo está dormido.

Acaricio sus mejillas.

- Gracias por haberme dado una vida que duela recordar - susurro, besándolo por última vez.

Me echo bruscamente hacia atrás. Jace me rodea con uno de sus brazos, mientras que sostiene a mi hijo con el otro.

Desconectan las máquinas restantes.

Siento que debo gritar, pero no puedo. Me quedo callada, y observo cómo me lo quitan por segunda vez.

- Adiós, Eric.

Lágrimas silenciosas caen por mis mejillas. Ya está. Se acabó.

Natalie se acerca para comprobar el pulso... para corroborar que está... muerto.

Veo su expresión confundida.

- ¿ Qué pasa ?

Ella hace una seña para que espere, y vuelve a tomarlo en el lateral de su cuello.

- Tiene pulso - murmura confundida, mirando a sus compañeras.

Esperanzada, me aparto de Jace.

- ¿ Quieres decir que está vivo ?- pregunta mi amigo- ¿ Sin su suporte vital ?

La madre de Tris asiente.

- Eso mismo.

En dos zancadas, me coloco a su lado.

- Eric -lo llamo con la voz más firme que antes - Eric, ¿ me oyes ?

Sus labios tiemblan. Mis manos tiemblan por la esperanza de recuperarlo.

Finalmente, su voz ronca y grave retumba por la habitación.

- Tu voz sigue siendo igual de bonita que antes, pequeña guerrera.

FactionlessDonde viven las historias. Descúbrelo ahora