Un apacible y frío domingo de noviembre, Frances y yo dimos un largo paseo.
Recorrimos la ciudad por sus bulevares y después, como ella estaba un poco cansada,
nos sentamos en uno de esos bancos que se disponen bajo los árboles de trecho en
trecho, para acomodo de los fatigados. Frances me hablaba de Suiza, animada por el
tema, y yo pensaba que sus ojos se expresaban con tanta elocuencia como su lengua
cuando se interrumpió y dijo:—Monsieur, allí hay un caballero que le conoce.
Alcé la cabeza; tres hombres vestidos con elegancia pasaban en ese preciso
instante; por su porte y manera de andar, así como por sus facciones, supe que eran
ingleses, y en el más alto de los tres reconocí al punto al señor Hunsden, que alzó el
sombrero para saludar a Frances; luego me hizo una mueca y siguió caminando.—¿Quién es?
—Una persona que conocí en Inglaterra.
—¿Por qué me ha saludado? No me conoce.
—Sí, a su manera te conoce.
—¿Cómo, monsieur? (Seguía llamándome monsieur; no había logrado
convencerla de que utilizara algún otro apelativo más familiar.)—¿No has leído la expresión de sus ojos?
—¿De sus ojos? No. ¿Qué decían?
—A ti te decían: «¿Qué tal está Wilhemina Crimsworth?». A mí: «¡Así que has
encontrado al fin tu media naranja; ahí está, es tu tipo!».—Monsieur, no ha podido leer eso en sus ojos, se ha ido enseguida.
—He leído eso y más, Frances, he leído que seguramente me visitará esta tarde o
muy pronto, y no me cabe la menor duda de que insistirá en que te lo presente.
¿Puedo llevarlo a tu casa?—Como guste, monsieur, no tengo ninguna objeción. De hecho, creo que me
gustaría verlo más de cerca; parece una persona muy original.
El señor Hunsden apareció aquella noche, tal como había previsto. Lo primero
que dijo fue:—No es necesario que alardees, monsieur le professeur; ya sé lo de tu empleo en
el ...College y todo lo demás; me lo ha contado Brown. —Me informó luego de que
había regresado de Alemania apenas hacía dos días y me preguntó bruscamente si era
madame Pelet-Reuter la mujer con la que me había visto en el bulevar. Estaba a punto
de responderle con una tajante negativa, pero, pensándolo mejor, me contuve. Y
dando la impresión de asentir, le pregunté qué pensaba de ella.—A eso vamos ahora mismo, pero primero tengo una cosa que decirte. Eres un
granuja; no tienes derecho a pasearte con la esposa de otro hombre; pensaba que
tenías la sensatez suficiente para no mezclarte en un lío de esa clase en el extranjero.—Pero ¿y la dama...?
—Es demasiado buena para ti, evidentemente. Es igual que tú, pero mejor. No es
que sea una belleza, pero cuando se levantó (porque volví la cabeza para ver cómo os
alejabais), me pareció que tenía buena figura y buen porte; estas extranjeras saben lo
que es el garbo. ¿Qué demonios ha hecho con Pelet? No hace ni tres meses que se
casó con él. ¡Ha de ser un auténtico pardillo!No permití que el equívoco siguiera adelante; no me gustaba demasiado.
—¿Pelet? ¡Qué manía con monsieur y madame Pelet! No hace más que hablar de
ellos. ¡Tendría que haberse casado usted con mademoiselle Zoraïde!—¿Esa señorita no era mademoiselle Zoraïde?
—No, ni tampoco madame Zoraïde.
—¿Por qué me has contado esa mentira entonces?

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EL PROFESOR
عشوائيWilliam Crimsworth, en su voluntad de independencia, desprecia la tiránica protección de sus parientes y se embarca hacia Bruselas, donde consigue un puesto de profesor de inglés en un internado y debe elegir entre las atenciones de la brillante y...