CAP VIII. PT I. HAGAMOS UNA PROMESA

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VIII. Hagamos una promesa.

Parte I. 

[Berlín, Alemania] 

La primera semana de septiembre se pasó como un relámpago; Dayanne había practicado lo suficiente con Lonely Violin dentro del salón clásico, perfeccionando su estilo. Cada vez que tocaba aquella pieza que reflejaba ―hasta cierto punto― su sentir, ella no podía evitar estremecerse y dejar caer alguna lágrima sobre su mejilla suave de porcelana. Fueron días en los que la hermosa mujer de cabellera larga, oscura y lustrosa se encerraba dentro del salón, tomaba aquel violín fino y carísimo marca Franz Sandner original tipo Stradivarious de color rojo anaranjado que le regaló su honorable maestro alemán, David Garrett, y con un valor que superaba los 20mil pesos en moneda mexicana, para practicar horas y horas sin parar.

             Por alguna extraña razón el sonido de aquella melodía de su autoría la hacía sentir un poco sola, siendo rodeada por las tristes notas que producía el instrumento hasta que su esposo rompía con aquel melancólico encantamiento para liberarla. Siempre que Donghae entraba al salón clásico se encontraba con una Dayanne destrozada de su alma. Pronto, él llegó a comprender que aquella melodía le hacía daño y propuso cambiar algunas notas pero ella, insistía en que debía quedarse tal y como estaba. Era perfecta; perfecta para ella y para el público, para aquellas personas que se sentían y compartían su mismo sentir. Dayanne, le dedicaba aquella melodía a todas las personas que habían pasado por algo trágico pero que han sabido levantarse; tal y como ella lo hizo.

              Un martes de la primera semana de septiembre, Dayanne llegó al salón clásico con su estuche en la espalda, se acomodó el cabello de lado y miró hacia el interior; vio allí, un piano de cola Steinway and Sons de un negro lustroso —como su cabello— que brillaba cuando la luz se colaba por la ventana. Por un momento se sintió oprimida, sin poder tocar lo que tanto amaba, y tener que apegarse —por lo menos en esos meses— al violín más que al piano. Ella podía tocar ambos instrumentos a la perfección pero era con el piano con el que despertaba su alma y su aura azulada se extendía, llegando a los demás, a aquellos que llegaban a escucharla.

              Dayanne dejó salir un leve suspiro lleno de resignación y cerró los ojos por un par de segundos, llenándose y convenciéndose a sí misma de que tendría que seguir practicando como hace días atrás. Al abrir sus ojos castaños, la luz le llegó de lleno, y los entrecerró en un gesto cómico. Con mucho cuidado volteó el estuche y se lo quitó para dejarlo justo arriba de una mesa donde solían poner algunos bocadillos ligeros, ella y su esposo, cuando practicaban hasta tarde. Abrió con mucho recelo aquel estuche rosado con blanco —único y que reflejaba su dulce personalidad— y de allí sacó el violín alemán Sandner tipo Stradivarius, lo afinó con mucho cuidado moviendo y ajustado las clavijas, sin la ayuda de un afinador electrónico —pues, David le había guiado como hacerlo por medio manual, usando sólo su oído—. Así, tardó máximo una media hora en afinarlo a la perfección, limpiarlo con mucho cuidado, acomodándole la barbada y la hombrera —para no dañar la madera y el mismo violín— y, tensando las cerdas del arco.

A MI MANERA: EL TRÍO ÉPICODonde viven las historias. Descúbrelo ahora