treinta.

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Te encontré,
de nuevo,
en uno de esos días en los que una sólo desea salir de esas decepciones circulares y encontrarse en línea recta con un alma más brillante.

Estabas agarrado a una cintura de avispa de cabello color fuego,
y deseé que te incendiase la cama.

Como ibas con alguna copa de más no supiste disimular tan bien como lo hacías en las cenas de casa de tus padres; cuando metías la mano dentro de mi vestido,
por debajo de la mesa de roble del salón,
y acariciabas el interior de mi muslo mientras hablabas con tu padre de política.

Así que vi tus ojos claros mirarme con sorpresa e incomodidad y;
yo,
acostumbrada a verlos mirándome con pasión,
no supe qué hacer.

Deceleré el paso como lo hicimos mientras paseábamos por la plaza de aquel pueblecillo el verano pasado al ver un gato herido.

Anhelé tu rescate de la misma manera en la que rescataste al gato -por cierto, ahora que no estás Ron se pone en tu lado de la cama-.

Esperé a los besos burocráticos y al impersonal y vacío "¿qué hay?"

Sin ti, nada.

Cada día te echo más de menos y me quiero un poquito peor.

"Poco", respondí.

Asentiste y juro que pude notar el sabor de tus labios de la última nochevieja que pasamos juntos.

Y deseé que te fueras,
para que no me hicieses más daño,
para poder dejar de mirar a tus dedos tamborileando en su cintura,
para poder echarte de menos en paz.

Te despediste con un "ya nos veremos"  y esperé que fuese tan falso como las ganas de hacerlo.

Lo fue, pero te sigo echando de menos.

Tormentas y demás pensamientos de madrugada. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora