cuarenta y seis.

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Bailabas con varias copas de más y me hablabas de Engels y Marx.

Y me mirabas y me decías que estaba preciosa pero que todavía lo estaría más estando al frente de la dictadura del proletariado.

Yo me reía y tú me quitabas la mano de la boca y me decías que querías verme reír así de fuerte siempre y que no me tapase nunca.

Y bailabas y yo miraba aquellos ojos brillantes por el alcohol y la euforia.

Y esperaba que aquel alcohol no acabara por sentarte mal y que aquella euforia fuese por mí.

Movías la cabeza y tu cabello castaño —entre corto y largo— se ondulaba en el viento de aquella terraza en la que fumabas, bailabas y bebías.

Y yo te miraba una y otra vez mientras me preguntaba cómo cojones podías hablar tan bien estando tan borracho.

Y tus labios se movían con ritmo bajo la oscuridad de la noche y la luz que provenía de dentro de la casa.

Y yo solo pensaba en dar un golpe de estado en tu corazón y arrebatarte cualquier tipo de democracia,
que dejases de votar y que te rigieses por el régimen de tu alma.

Pero tú siempre analizabas todo.

Y tenías un libro de texto que te enseñaba a amar pero la revolución y la libertad la dejabas para la política.

Tormentas y demás pensamientos de madrugada. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora