setenta y dos.

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Voy a seguir con mi vida como si tu presencia momentánea no me hubiese derribado todos los esquemas.

Voy a seguir con mi vida y miraré hacia tu portal de reojo por si te veo salir.

Voy a seguir con mi vida intentando no buscarte los sábados por la noche,

no pensarte los domingos por la tarde.

Voy a seguir con mi vida y aparentar normalidad para que dejes de dar vueltas en mi cabeza.

Voy a seguir con mi vida y fingiré que ya no dueles,
que ya no me importas.

Cuando me hablen de ti de nuevo, reiré aunque el palpitar de mi alma pida un respiro.

Sólo te pediré una última cosa,
explícame cómo cojones dejo de escribir sobre tus ojos si desde el primer segundo soy esclava de ellos.

Cómo dejo de hablar de tu mirada, de tus pestañas, de tus pupilas,
de tus iris y su destello.

Cómo dejo de hablar de esos dos portales al alma que tienes en medio de la cara,
cómo dejo de hablar de esos faros que me guían cuando todo lo demás es oscuridad.

Cómo los olvido.

Dímelo.

Cómo ignoro que ahí fue donde mi ejército perdió la batalla,
retiró su bandera,
se dio por vencido
y cedió ante el culto del mar.

Cada cielo grisáceo de invierno me recuerda a ti.

Cada cómic,
cada castaño,
cada lugar que pisé contigo lo has conquistado en mis recuerdos.

Ahora sólo estás tú,
como un tremendo colonizador ensalzado en todas partes.

Mi corazón no puede más con tanta guerra.

“Divide y vencerás”,
y tú has hecho de mí cachos tan pequeños que has vencido.

Ahora qué.

Mis soldados se mueren de hambre sin tus besos.
Todo el pueblo espera tu caricia.

Sálvame de esta mísera,
fatídica y fría posguerra.

Tormentas y demás pensamientos de madrugada. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora