sesenta y tres.

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Cuando te fuiste, todo se convirtió en un gran silencio en blanco.

Las horas pasaban cada vez más lentas y la gente, a mi alrededor, no paraba de preguntar por nosotros,
por lo que fuimos, pero ya no.

Iba a trabajar, comía shushi de aguacate y tortilla con cebolla los sábados después de una noche de fiesta con mis compañeras de piso y coqueteaba con gente vacía pero atractiva.

Era capaz de salir y bailar, de sonreír a la gente por la calle y de sacarle la lengua a la niña que me miraba desde la ventanilla en un semáforo en rojo.

Mi vida era completamente igual, pero sin ti.

Me di cuenta de que te echaba de menos en una de esas noches tontas de Diciembre en las que sales a fumar fuera de un garito a las dos de la mañana y en tu cabeza únicamente vuela el sin-sentido que es que dentro haga tanto calor y fuera tanto frío;

así que cuando ya había acabado de dialogar conmigo misma sobre esa estúpida idea, tú eras a la única persona a la que se la quería contar.

Eras la única persona que me seguiría la corriente y haría un debate sobre ello, la única persona que lo entendería del todo.

Aquel chico con el que llevaba tonteando toda la noche únicamente me confirmó lo evidente al soltar una carcajada mientras dudaba sobre mi estado de ebriedad.

En ese momento comprendí que te echaba de menos en todo lo que hacía pero que me había estado escondiendo a mí misma tu ausencia.

Tormentas y demás pensamientos de madrugada. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora