Tormentas y demás pensamientos de madrugada.

cincuenta y cinco.

Parece que este poema empieza como empezó el puto poemario,
tú jodiéndome
y yo jodida del todo.

Ya ni siquiera le encuentro la gracia en confiar en ti para acabar rota.
Ni siquiera le encuentro la parte irónica en volver a haberlo hecho.

Repito.
Contigo siempre lo hago.
Cuando se trata de ti sufro estocolmo y alzheimer en estado avanzado.

Después de que me jodan, recurro a ti como salvavidas y tú abres tus brazos como un colchón para el bombero que se cae del árbol,
como si tú fueses el sitio indicado donde ir cuando estás perdido.

No entiendo la finalidad de esto, porque sé que voy a seguir asistiendo a la morfina de tus consejos baratos,
de tu confianza de mierda.

De apoyarme en ti cuando todo se derrumbe,
de apoyarme en mí misma y romperme el cuello cuando tú también te vayas (de nuevo).

No sé qué buscas, ni la satisfacción que encuentras a no ser que necesites a la gente mucho peor que tú para no pensar en tu mierda;
en ese caso lo entiendo porque estás jodida.

Y mañana,
si algo sucede,
volveré a llorar en tu hombro,
volveré a caer en tu trampa,
y volveré a buscar tu calor intermitente entre tanto frío.