Encubierto

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Durante los dos siguientes días decir que evitaba a Cohen era como decir que Rhonda tocaba la puerta de mi guarida con suavidad: No decir la verdad en absoluto. No estaba evitando a Cohen, tan solo preguntaba con urgida necesidad por su ubicación y corría rápidamente en sentido contrario, eso no podía ser denominado evitar sino más bien repeler deliberadamente, y esa era la razón por la que mi ego herido aullaba más que mi loba. Haber presenciado a la iracunda bestia en la que Cohen se había distorsionado causó estragos en mi interior, estragos para nada bienvenidos pues sabía lo que significaban: tenía miedo. Miedo de mi mate. Miedo de un niño de mami y lo peor de todo...

Miedo de un Alpha.

Tan pronto Cohen huyó de mí esa tarde, me dispuse a encerrarme en la que ahora se había convertido en mi guarida, incluso me salté la cena. ¡Riley Adams rechazando un manjar a causa de un Alpha! En la mañana desperté más temprano que la luna y tuve que buscar comida en las cocinas del castillo, mi plato había quedado vacío justo cuando los primeros rayos de sol chocaban contra los enormes ventanales, y ni hablar de las estrategias que he tenido que emplear para no cruzarme con el ojiazul. Había usado a Donovan como escudo humano, puesto el pie a Douglas para que su caída parábolica fuese más notable que mi presencia, había convencido a Camille acerca de la devoción de Cohen hacia ella y tan pronto fue a buscarlo envié a Priscila y Elodie a su rescate, asegurando así su distracción, y por supuesto me había escondido y corrido más de lo que normalmente hacía en un día bosque adentro.

Claro que mi mejor excusa para no verle la cara de bebe era tener que estudiar como posesa la pila de personajes históricos que Douglas me había mandado de tarea y que había triplicado su tamaño luego de enterarse lo que impulsó su caída, y aunque la excusa me tenía gustosa, la memorización de cosas sin razón, no.

Mi estómago rugió como bestia indomable y supe que la comida madrugadora se había evaporado de mi sistema mágicamente.

-No me hagas esto ahora, estómago- supliqué sabiendo, por la intensidad del sol, que era más que probable que Cohen estuviera rondando por el castillo. Mi egoísta estómago rugió esta vez con energías renovadas y de un saltó salí de la cama dispersando una parte de la gran pila de hojas por todo el piso.

Piensa Riley, piensa un plan de ataque.

Por supuesto que en lo único que podía pensar mi hambriento cerebro era en comida así que, suspirando, me dirigí a la puerta de mi guarida. Girando la manija me asomé por el pasillo y al ver el panorama despejado salí de la habitación caminando con tan solo la punta de las botas como apoyo. Todavía me costaba saber exactamente la ubicación de cualquier habitación así que guiándome por mi instinto recorrí un largo pasillo hasta el final y tan pronto alcancé la punta pude divisar las escaleras de mármol que sabía me llevarían a las mazmorras.

Hoy parecía que las estrellas brillaban a mi favor. Corrí escaleras abajo hasta llegar a otro pasillo mucho más amplio y de varias puertas, una de ellas era la más estrafalaria de todas y por el ajetreo que se escuchaba en el otro lado sabía que se trataba de la cocina, sin embargo, acompañando a mi estómago ahora protestaba mi vejiga y maldije mil veces no haber usado el baño de la habitación.

La ubicación del baño de las mazmorras tenía que ser menos evidente pero tampoco podía estar tan lejos. Husmeando por ambos lados pude observar cuatro delgadas puertas, dos a mi derecha y las otras a mi izquierda.

-Lobo arriba, lobo abajo, a la luna le dejo el trabajo- Tarareé dejando al destino mi camino y tomé el pomo de la primera puerta a mi derecha. Apenas la abrí vi los azulejos propios de los baños de visita en el castillo y boté el aire que retenía sin saberlo al darme cuenta que estaba a salvo, al menos por ahora.

El Alpha EnfermoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora