¿Cuándo estaba bien?

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P.O.V Cohen.

La miré tratando de leer las emociones que pasaban por ella luego de mi respuesta. Me di cuenta que el frío y característico semblante que Riley acostumbraba a llevar como armamento de guerra se alteró, tan solo por unos segundos, mientras sus ojos negros brillaban con más intensidad bajo las incandescentes luces de la enfermería.

¿Me creería?

¿O le había hecho demasiado daño como para que volviese a confiar en mí?

Riley bajó la mirada a la camilla y la vi inhalar una larga bocanada de aire antes de darme la cara de nuevo. Su cara de póker puesta de vuelta en su sitio, como si tan solo así pudiera engañarme al hacerme creer que no le afectada en lo más mínimo lo que acababa de escuchar.

-¿Dónde está tu instinto de supervivencia, estreñido? –dijo alzando su cara levemente de forma altanera antes de regalarme una sonrisa torcida, y yo no pude evitar sonreír al escuchar uno de sus tantos halagadores apodos. Me encontré preguntándome si así sería siempre, si acaso de ahora en adelante solo podría estar maravillado de ella. 

Seguramente sí, porque esta loba claramente me tenía en la palma de su mano y yo no quería hacer nada para salirme de su agarre.

-Me debes una pregunta- recordé ignorando olímpicamente su respuesta, a lo que ella asintió a regañadientes.

Pero antes de que pudiera preguntarle lo que venía dando vueltas por mi cabeza desde que vi su cara en el bosque frondoso, se escucharon a lo lejos las voces de varias personas fuera de la sala de emergencias, caminando apresuradamente. Riley sacó mi mano de su cuello y se levantó de la camilla, poniendo así distancia entre nosotros.

Y yo mentiría si dijera que mi lobo era el único disgustado por eso.

Las puertas de la Enfermería se abrieron rápidamente y por ellas pasó mi padre, Alpha Graf, seguido de cerca por mi madre, Donovan y mis tres sanadores personales.

-Cohen- dijo mi padre, ensimismado y en voz baja, como si no pudiese creer lo que sus ojos veían antes de acercarse a mi camilla para estrecharme entre sus brazos. Mi padre nunca me había abrazado de esa manera tan enérgica. Si bien yo ya estaba acostumbrado a recibir saludos después de un susto que terminaba en una visita a la sala de emergencias, jamás había visto la incredulidad que cargaba ahora mientras me sostenía.

No se me pasó tampoco por alto que llevaba el uniforme especial de batalla, lo que significaba que seguramente había salido a buscarme en el bosque del suburbio del pueblo, e incluso pude sentir en mi hombro su exhalación de alivio.

Mi padre y yo habíamos tenido nuestras diferencias en la manera en la que veíamos las cosas. Él era un lobo muy conservador en todo lo referente a lo que un Alpha debe ser, siempre siguiendo las reglas del libro, mientras yo buscaba la manera en la que podíamos mejorar haciendo las cosas de forma distinta. Pero después de mi enfermedad, yo comencé a buscar desesperadamente la manera de encajar en el molde que él tenía diseñado para el heredero perfecto, con la esperanza de que eso resultase suficiente para hacerlo sentir nuevamente orgulloso de mí.

Sin embargo, no tuve que vivir mucho tiempo para entender que encajar en ese molde era tarea imposible.

Aun así, él nunca había desistido en su lucha por encontrarme una cura. Nunca me había abandonado.

Lo abracé de vuelta, dándole palmadas en la espalda para tratar de consolarlo. Luego de unos segundos, mi padre se separó de mí y sentí de inmediato los delgados brazos de mi madre colgándose de mi cuello para reemplazarlos.

-Gracias a la Luna- dijo ella estrechándome por un largo tiempo y mirándome con esos grandes ojos azules que no escondían nada de lo que sentía. Aparté con rapidez las lágrimas que se le empezaban a escapar de los ojos antes de darle un beso en la frente en modo del saludo que ya nos resultaba recurrente. Ella tampoco se había rendido conmigo.

El Alpha EnfermoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora