Preguntas retóricas

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Las hojas secas crujían debajo de mis patas, terminando de romperse en el piso del bosque mientras trotaba por su húmeda tierra. Esquivé como pude los tupidos árboles que alcanzaba a ver, pero lo borrosa que estaba mi vista no me ayudaba en absoluto y, en cambio, me hacía chocar un par de veces con arbustos o gruesos troncos.

Mi mente estaba en blanco, en el mecanismo de defensa que usaba cuando no quería pensar en algo. Y yo me encontraba corriendo hacia un sitio.

El noreste. Recordé con pesar mientras volvía a fijar mi vista en el cielo nocturno, buscando la estrella del norte para asegurarme nuevamente que corría en la dirección correcta.

Sabía que estaba corriendo con todo lo que daban mis patas por el intenso dolor que sentía en los muslos de mis piernas, pero eso poco importaba ya que no se podía comparar con el dolor que cargaba en el pecho.

Mente en blanco. Me recordé, mientras mi visión se volvía borrosa una vez más y, como si la Luna tuviese como misión de vida meterse entre mis planes, un sonoro trueno a lo lejos fue el predecesor de un diluvio que me caía encima sin contemplación alguna.

Cohen. Pensó mi loba y solté un aullido mientras seguía trotando.

Dolía mucho pensar en él, especialmente en lo que me había dicho en esa parte del jardín de su Castillo antes de mostrarme que detrás del roble de luciérnagas había una cerca, y que en esa cerca había una puerta cuya llave él guardaba en su bolsillo.

Te amo, Riley Adams. Como nunca he amado ni amaré a nadie en esta vida.

Y por eso tengo que dejarte libre.

Gruñí con fuerza mientras chocaba de lleno contra un tronco, mi visión fallando una vez más, pero suprimí las imágenes del ojiazul y las reemplace con rapidez por los recuerdos que tenía de mi manada, mi familia. Desesperadamente busqué en mi interior la fuerza necesaria para continuar con mi camino hacia el noreste en vez de darme la vuelta y trotar a lo único que quería ver en este preciso momento. Pensé en la cara de Abigail, de Jax, de Theodore, de Artie... de todo el que se me pasara por la cabeza que no fuese...

Cohen.

Paré mi trote enseguida, a sabiendas que no podía seguir así, y me quedé entonces en medio de la nada, recibiendo con cierto agradecimiento el impacto de todas las gotas que enviaba el cielo a mi cuerpo, ya que eso era lo único que me hacía sentir viva después de la despedida que acababa de tomar lugar en el reino Graf.

Y luego de agarrar una gran bocanada de aire volví a emprender mi marcha, fijándome una vez más en la estrella del norte.

P.O.V Cohen.

Mi cuerpo se desprendió de la superficie al que estaba recostado mientras sentía las sábanas de la camilla pegarse a mi abdomen debido al sudor frío que estaba desprendiendo. Grité con fuerza mientras el líquido remedial blanco era inyectado en mis venas, sintiendo densas lágrimas bajar por mis mejillas.

-Ya vamos a acabar- dijo en voz baja Isadora, que apenas se escuchaba en la sala de enfermería por los gritos que salían de mi pecho- pronto- corroboró viendo la bolsa con impaciencia.

Poco a poco, el efecto de rechazo se fue disipando mientras mi cuerpo se volvía a postrar en la camilla con cansancio por todo el esfuerzo realizado. Pero lo que no se me disipaba por mucho que tratase era un dolor en el pecho que había nacido en el momento en que vi partir a la loba negra hacía tan solo unas horas.

-Lo hiciste muy bien- me felicitó Isadora, quitándose rápidamente los residuos de lágrimas que siempre botaba al inyectarme el remedio blanco- es importante restituir las células que está atacando tu sistema inmunológico, Cohen, no puedes volver a perderte de esa manera cuando sabes que necesitas el tratamiento.

El Alpha EnfermoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora