Capítulo 9

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Los nervios empezaron a desaparecer al saber que no era Rodrigo Sandoval. Y tampoco podía negar que se alegraba de que la competencia no tuviese nada que hacer. Claramente, Nicolas, de Adstaff, no había aconsejado bien a la del pelo zanahoria. Y si lo había hecho, la chica no había seguido su consejo.

La puerta al final del pasillo era el despacho de la ayudante personal de Harry Wilde. No era tan original como la recepción, pero sí espacioso y moderno.

La propia Karen no era lo que esperaba: de unos cuarenta años, era una pelirroja natural, más bien gordita y simpática.

—¡Ah, gracias a Dios! —exclamó al ver a Amanda—. ¿Has visto a la otra?

—Sí, la he visto. Pero la verdad es que no es raro ver gente como ella en el mundo de la publicidad. Probablemente se cree una artista de vanguardia y tiene que llevar una imagen a juego.

—Aquí no contratamos artistas de vanguardia —bromeó Karen—. Contratamos gente con ideas innovadoras que sabe trabajar. Y que trabaja mucho. ¿Marisol te ha dicho que el señor Wilde está de viaje?

—Sí.

—Mejor. Entonces entenderás por qué yo hago parte de la entrevista. El señor Sandoval es un buen director y un motivador excelente, pero no tiene experiencia en el mundo de la publicidad. Yo llevo muchos años con el señor Wilde y sé qué le gusta —murmuró Karen, mirando su currículum—. Y tu currículum me gusta mucho. ¿Podrías enseñarme tu carpeta de trabajo?

Amanda sacó del maletín una carpeta que incluía copia de sus mejores trabajos y algunos anuncios propios que haría si la dejaran.

—Ah, éste es buenísimo. Susan, tu jefa, estará encantada contigo. Susan es una de nuestras ejecutivas. Su ayudante dimitió la semana pasada después de un pequeño altercado porque ella le recriminó su falta de motivación... faltaba mucho al trabajo y creemos que tenía un problema con las drogas —suspiró Karen—. El caso es que necesita un buen diseñador gráfico porque tiene que terminar varios encargos antes de Navidad. Además, pedirá un permiso por maternidad dentro de unos meses... va a tener otro niño. Y cuando eso ocurra, esperamos que tú puedas hacer su trabajo. En Adstaff me han dicho que eres una persona ambiciosa y que tu objetivo es ser directora creativa.

—Sí, es verdad. Los diseños al final de la carpeta son ideas originales, no son campañas en las que haya trabajado.

—A ver... —Karen empezó a pasar páginas—. ¿Esto es tuyo, el anuncio de electrodomésticos?

—Sí.

La página tenía un fondo azul fuerte para destacar los electrodomésticos de color blanco. Tumbada encima había una rubia tipo Mae West, con un vestido de noche blanco, acariciando los electrodomésticos con unas manos de uñas muy rojas. Sobre ella, la frase: No son los electrodomésticos de tu vida, sino la vida de tus electrodomésticos, como una parodia de la famosa frase de Mae West: «No son los hombres de tu vida, sino la vida de tus hombres».

—Es muy bueno —dijo Karen.

Amanda sonrió.

—Gracias.

—Tenemos una firma de electrodomésticos como cliente... esto les iría muy bien. Tengo que enseñárselo a Pedro, es el que lleva esa cuenta. Ya me imagino a Susan y a Pedro peleándose por ti —rió Karen entonces—. Pero, claro, el señor Sandoval tiene que decir la última palabra... aunque estoy segura de que eso es una formalidad. Ven, vamos a su despacho. Espero que se haya recuperado de la última candidata... deberías haber visto su cara cuando abrió la puerta. Culpa mía, claro. Su currículum era buenísimo, pero en realidad no había sitio aquí para ella.

—¿Te importa si te pregunto por qué? La imagen puede ser engañosa. Podría haber tenido mucho talento a pesar de los piercing.

—Y lo tenía. Era una buena diseñadora, pero no habría podido llegar más lejos. Harry quiere que su gente tenga una imagen determinada. Después de todo, un director creativo tiene que tratar con los clientes y algunos de ellos son muy conservadores. Harry cree que la primera impresión es muy importante y Sandoval está de acuerdo con él. Y tú, Amanda Cáceres, causas una buena impresión.

—Pero si voy en vaqueros...

—Vaqueros nuevos —sonrió Karen—. Y me encanta tu pelo. Es divino.

Amanda no podría haberse sentido más segura de sí misma.

El destino había sido bueno con ella, por una vez.

Pero cuando el hombre que estaba sentado en el sillón de Harry Wilde levantó la cabeza, su corazón se detuvo.

Oh, no, no, no. ¿Cómo podía ser? La recepcionista había dicho que se llamaba Maximiliano, no Rodrigo.

Pero era él. Sin ninguna duda. No había olvidado uno solo de sus rasgos. Y, además, iba vestido de la misma forma, con un traje italiano, corbata y camisa blanca.

Cuando los ojos azul cobalto se clavaron en ella lo vio levantar las cejas, sorprendido.

—Sí, estoy de acuerdo —sonrió Karen—. Mucho mejor que la señorita Jiménez. Es Amanda Cáceres y aquí está su carpeta de trabajo. Le he echado un vistazo y es estupenda, así que os dejo —añadió, volviéndose hacia Amanda—. Tranquila —le dijo en voz baja antes de salir.

Ella se quedó parada en medio del despacho, sin saber qué hacer. El destino no había sido bueno con ella después de todo. Le había presentado la mejor oportunidad de su vida... para arrebatársela después. Porque aquel señor Sandoval, se llamara como se llamara, no iba a contratarla.

Si le contaba la verdad, se sentiría humillado y amenazado. Si no le contaba la verdad, tendría que volver a esa otra realidad, más sórdida: que le gustaba muchísimo y que, a pesar de saber que estaba casado, había estado a punto de irse con él a la cama.

No, eso no era así. Si mantenía su trabajo como señuelo en secreto, ella no tenía por qué saber que estaba casado. Al fin y al cabo, no llevaba alianza. Y en ese caso, ¿cómo iba a explicarle su repentina desaparición?

Decir simplemente que se lo había pensado mejor sonaría... un póco infantil, ¿no? El podría pensar que sólo había querido tomarle el pelo.

También podría decirle que una chica en el lavabo le advirtió que era un hombre casado...

Eso salvaría su orgullo y su reputación, pero difícilmente la de Sandoval.

El problema era que, estando casado, le había pedido que se fuera a un hotel con él.

Recordar ese momento provocó un escalofrío que la recorrió de arriba abajo. La atracción salvaje, el deseo que había despertado en ella un completo extraño...

No había salida, excepto la puerta.

—Será mejor que me vaya ahora mismo —consiguió decir—. Devuélveme mi carpeta y me iré.

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