Capítulo 27

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Era Dora, nerviosa.

—He visto el coche de Max en la puerta. ¿Ha pasado algo?

Amanda le contó el pequeño drama con el oculista y su amiga pareció aliviada.

—Cuánto me alegro de que Max haya podido echarte una mano. Siento no haber estado en casa, querida, pero no te puedes imaginar lo que ha pasado.

Maximiliano y Amanda se miraron, divertidos y exasperados a la vez.

—¿Por qué no hago un café mientras nos lo cuentas?

Suspirando, Max dejó su chaqueta sobre una silla.

Aparentemente, Dora había recibido una llamada de su hermano, el que no la había ayudado cuando su madre estaba enferma. Llevaban dos años sin hablarse.

—Si no estuviéramos casi en Navidad tampoco le habría dirigido la palabra. Pero me alegro de haberlo hecho.

Por lo visto, su hermano la había invitado a comer para pedirle disculpas por no haberse portado como era debido durante la enfermedad de su madre. Además, la había invitado a pasar las navidades en la costa sur, donde tenía una casa enorme.

Maximiliano vio que Amanda se ponía seria al saber la noticia y supuso que Emily y ella solían pasar las navidades con Dora. Después de todo, no tenía a nadie más. Era la oportunidad que él había esperado.

—A mí me parece estupendo, Dora. Y seguro que es un alivio para Amy. Verás, le he pedido que venga a pasar las navidades conmigo y con mi familia, pero estaba preocupada por ti, pensando que te quedarías sola... Por supuesto, tú también podrías haber venido, pero esto lo resuelve todo.

Dora se mostró feliz con el anuncio, pero Amanda se quedó callada. Y cuando la mujer se despidió para seguir haciendo compras de Navidad, Maximiliano tuvo que enfrentarse con ella.

—Mientes muy bien.

—No hay nada malo en una mentira piadosa, Amy. Especialmente, cuando es en parte verdad. Iba a pedirte que pasaras las navidades conmigo.

—¿Y con tu familia?

—Sí.

—¿Y cómo ibas a presentarme?

—¿Cómo quieres que te presente?

—No lo sé. Dímelo tú.

—¿Qué tal como mi prometida?

—¿Qué?

Max dejó escapar un suspiro.

—Sí, supongo que eso es ir demasiado rápido. ¿Qué tal como mi novia?

Amanda sacudió la cabeza, sorprendida.

—¿Quieres casarte conmigo, no estás de broma?

—Yo no bromearía sobre algo así.

—¡Pero si nos conocimos hace diez días!

—Pero sé que te quiero y sé que tú me quieres a mí.

—En realidad, no nos conocemos...

—No estoy de acuerdo —la interrumpió Max—. Yo te conozco muy bien. Mucho mejor de lo que conocía a Marian cuando me casé con ella y llevábamos meses saliendo juntos. El problema es que tú crees que no me conoces, pero estás equivocada sobre mí desde el principio. Pensé que me había librado de esa imagen de libertino, pero veo que me he equivocado.

—Eso no es verdad... creo que eres una persona maravillosa —protestó Amanda—. ¿Pero casarnos? Ese es un paso muy importante, Max. Para empezar, no estamos de acuerdo en algo fundamental. El mismo asunto por el que no te pusiste de acuerdo con tu ex mujer.

—¿Qué? ¿Tú tampoco quieres tener hijos? Amy, yo pensé que...

No podía creerlo. Era como si frente a él hubiese un agujero negro. Amanda no quería tener más hijos. La mujer de su vida... ¿cómo podía el destino ser tan cruel?

Ella parpadeó. ¿Le había oído bien? ¿Su ex no había querido tener hijos? Pero eso no podía ser. La había oído decir que estaba embarazada aquel día, en su despacho. Por supuesto, muchas mujeres que decían no querer hijos cambiaban de opinión al quedar embarazadas. Pero si ése era el caso...

—Un momento. ¿Por qué te divorciaste de tu mujer, Max?

—Porque se negaba a tener hijos. Y porque ya no estaba enamorado de ella.

—Pero yo pensé que eras tú el que no quería tener hijos.

—¿Yo? A mí me encantan los niños. ¿De dónde has sacado esa idea?

—Me dijiste que no te ponías de acuerdo con tu ex mujer sobre el tema de los hijos... y yo pensé que eras tú el que no quería —suspiró Amanda—. Lo siento, Max. Mis viejos prejuicios otra vez.

—Es un error comprensible.

—Entonces, ¿de verdad quieres tener niños?

—Una tribu entera, si es posible. Cuantos más, mejor.

Amanda sonrió.

—Yo también.

—¿Y tu trabajo?

—Nunca pondría el trabajo por delante de mis hijos. Pero espero poder hacer las dos cosas.

La emoción de Maximiliano era tan grande como lo había sido su desesperación unos segundos antes.

—En ese caso, ven aquí, mujer, y compénsame por pensar esas cosas horribles de mí.

Amanda corrió a sus brazos. Y aquella vez consiguió besarla durante cinco segundos antes de que los interrumpieran.

—Mamá...

Se apartaron a toda velocidad al oír la vocecita de Emily, que entraba en el salón frotándose los ojos.

—Hola, cariño. ¿Ahora te encuentras mejor?

—Tengo sed. Y me duelen los ojos.

Amanda suspiró.

—Max, ¿dónde están las gotas?

—En la mesa —contestó él, tomando a la niña en brazos—. ¿Has dormido bien, princesa?

Emily lo miró, con la cabeza inclinada.

—¿Estabas besando a mi mamá?

Amanda dejó de respirar.

—Pues sí. Y me ha gustado mucho. ¿Te importa que bese a tu mamá?

—No. ¿También me besarás a mí?

Riendo, Max le dio un beso en la frente.

—Ya está. Y ahora, vamos a ponerte esas gotas.

—¿Tienes que ponérmelas?

—Sí, tengo que ponértelas —contestó él.

Amanda dejó escapar un suspiro de felicidad. Que otra persona, el hombre de su vida, le pusiera las gotas a su hija era casi más bonito que todo lo que había pasado aquel día.

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