Maximiliano raramente tenía miedo, pero lo tenía en aquel momento. Aquella chica iba a plantarlo... ¡otra vez!
No podía permitírselo después de haberla encontrado. La idea de no volver a verla le había perseguido durante todo el fin de semana.
Por supuesto, le gustaría saber por qué lo había plantado en el bar. La única razón que se le ocurría era que se lanzó demasiado rápido.
Pero ahora no sabía qué pensar.
Sin embargo, nada había cambiado desde el viernes por la noche. Ver aquellos ojos increíbles lo devolvía a la pista de baile, consumido por el deseo de llevarla a la cama.
¿A la cama? Esa idea lo hizo reír. La cama estaba muy lejos. La pasión que provocaba en él esa mujer demandaba algo mucho más rápido: una pared, el suelo, incluso el escritorio.
Maximiliano tragó saliva. Se estaba volviendo loco. Y volvería a perderla si ella adivinaba lo que estaba pensando.
—Lo del viernes no tiene importancia alguna —le dijo, con asombrosa compostura—. Ahora estamos hablando de trabajo. Aunque quizá deberíamos quitarnos de en medio el pasado... ¿te importaría sentarte y decirme por qué te fuiste?
Ella no se movió. Max intentaba no mirarla de arriba abajo, pero era una mujer magnífica. Y tan sexy con esos vaqueros que era un crimen.
—¿Para qué? —preguntó Amanda entonces—. No puedo trabajar para ti. Supongo que estarás de acuerdo.
No lo estaba, pero quizá ella temía que la acosara. Y quizá con razón, a juzgar por cómo la deseaba en aquel momento. Pero podía controlarse cuando era necesario. Lo último que deseaba era asustarla. Hacía mucho tiempo que no sentía por una mujer lo que había sentido por ella el viernes por la noche. En realidad, no recordaba haber sentido nunca lo que sintió el viernes.
Normalmente, podía controlar sus instintos, analizar la situación, usar el juicio crítico para saber si el objeto de su deseo era o no una pérdida de tiempo.
Pero no había sido así en aquella ocasión.
Quizá por eso lo había obsesionado durante todo el fin de semana. No sabía nada sobre ella, excepto que había ido sola a un bar, vestida para matar. Y ésa no era una gran recomendación.
Y, aun así, seguía deseándola como un loco.
Pero no pensaba dejarla escapar por segunda vez. Quería experimentar la magia que había sentido en sus brazos una vez más. Y sería una pena que no lo llevara a ninguna parte. Estaba harto de pensar en el futuro, de planearlo todo. Había olvidado lo interesante que era actuar de forma impulsiva y su vida empezaba a convertirse en un aburrimiento.
Deseaba a aquella mujer e iba a tenerla, fuera buena para él o no.
—Pero, en realidad, no trabajarás para mí —le dijo—. Trabajarás para Harry Wilde. Yo sólo estaré aquí durante el mes de diciembre. Después, cualquier relación profesional entre nosotros habrá terminado.
Ella seguía mirándolo con expresión recelosa... ¿Por qué? Le gustaba, pensó entonces. El viernes había sentido lo mismo que él... hasta que fue al lavabo.
Y Maximiliano se quedó helado cuando no volvió a aparecer.
—¿Qué pasó el viernes? ¿Por qué cambiaste de opinión?
—Pues...
Colorada hasta la raíz del pelo resultaba encantadora. Quizá no era una calentona como había pensado. Ni una chica alegre, de las que van de bares los fines de semana buscando una diversión barata.
ESTÁS LEYENDO
El Regalo Ideal
RomanceNo siempre lo material es el mejor regalo y no hay nada más hermoso que dar sin necesidad de recibir algo.