Capítulo 18

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Al menos, saber aquello impediría que se enamorase de él. Maximiliano Sandoval era un canalla y un mentiroso, como la mayoría de los hombres. Un seductor. Se jactaba de ser una buena persona, pero no lo era.

La carrera que había elegido le pegaba mucho. ¿Qué era, en realidad, más que un vendedor? Un estafador, un viajante de sueños. Los seminarios que dirigía eran un engaño. Hacía que la gente creyese que podía hacer realidad sus sueños sólo con escucharlo. Y la habría engañado a ella también, si se hubiera dejado.

Pero no iba dejarse engañar. Podía decir todo lo que quisiera, no iba a creer nada.

—¿Qué estás murmurando?

La voz de Maximiliano la sobresaltó.

Amanda tragó saliva, antes de volverse, con una sonrisa en los labios.

—En las cosas que tengo que hacer antes de Navidad.

Sí, Maximiliano Sandoval era guapísimo, pensó. Con un aire de seguridad masculina, de fuerza, que encontraba irresistible.

Pero estaba lista para él, lista y armada porque ya sabía lo que era.

—Me ofrecí a llevarte de compras, ¿recuerdas? —sonrió Max.

—Sí, me acuerdo. Y puede que acepte tu oferta la semana que viene.

—¿Qué tal el sábado? Emily podría venir con nosotros. Te prometo que, para entonces, tendré una silla de seguridad.

Amanda sonrió, seductora.

—¿Crees que podrás levantarte de la cama después del viernes?

En los ojos azul cobalto vio un brillo de sorpresa.

—¿Eso es un reto?

—Digamos que para mí ha pasado mucho tiempo. Puede que tengas que esforzarte.

—Vaya, cuando decides hacer algo te lanzas de cabeza, ¿no?

—Sí, yo soy así.

—Eso es lo que me gusta de ti. Eres muy sincera... excepto cuando vas a los bares buscando maridos infieles, claro —sonrió Max.

Amanda se encogió de hombros.

—Eso se terminó. Ahora tengo un trabajo decente. Además, la mayoría de esos tíos se lo merecían. Dime, Maximiliano, ¿tú le fuiste infiel a tu mujer?

—¡Qué pregunta!

—Una que no quieres contestar, claro.

—No me importa contestarla. Nunca le fui infiel a mi mujer. Me dedicaba a la caza cuando era más joven. Una vez casado, dejé todo eso atrás.

—Ah, claro, tú eres un buen chico —sonrió ella, irónica.

Max arrugó el ceño.

—Veo que no estás convencida.

—¿Y te importa?

—Claro que me importa.

Amanda decidió que aquella conversación estaba yendo por donde no quería.

—Por cierto, gracias por el libro. Me he quedado impresionada. Y un poco sorprendida, la verdad. No sabía que fueras famoso.

—No soy famoso.

—Pero lo serás. El libro es buenísimo —Amanda sabía que nunca se halagaba suficiente a un hombre. Halagar y seducir. No enamorarse.

Y él parecía tan encantado que casi se sintió culpable.

—Pero si aún no lo has leído.

—No del todo, pero lo leeré antes del viernes.

—¡Deja de hablar del viernes! —exclamó Max entonces, enfadado—. Sé que sólo faltan tres días, pero después de lo de ayer me parece una eternidad. No he pegado ojo en toda la noche.

Parecía cansado y tenía ojeras.

—Yo tampoco he dormido bien —le confesó.

—Amy, esto es ridículo. ¿Por qué nos estamos torturando? Sal conmigo esta noche. Dora puede cuidar de Emily. Ayer me dijo que no le importaba nada cuidar de la niña. Incluso me ofrecí a pagarle, pero se negó... dijo que lo haría encantada en cualquier momento.

Ella se levantó, furiosa.

—No tienes derecho a hacer eso a mis espaldas.

—¿No tengo derecho a hacer qué? ¿A organizar las cosas para poder pasar algún tiempo con una mujer que me vuelve loco?

—Ya te he dicho que me gusta hacer las cosas a mi manera.

Max dejó escapar un suspiro.

—Ah, sí, ya. Lo siento. Pero la vida es muy corta y cuando uno ve algo que le gusta, tiene que agarrarlo antes de que se lo quiten.

—¿Eso es lo que enseñas en tu libro?

—No, es algo que pienso desde hace cinco minutos.

—¿Por qué?

—¿Te quieres creer que mi ex mujer ha venido a verme? —suspiró Max—. Está embarazada... de un tipo del que no conoce ni el apellido. Y va a tener el niño, además.

—¿Y qué hay de malo en eso? —exclamó Amanda.

¿Qué esperaba, que abortase? Aquel hombre no entendía lo fuerte que puede ser el impulso maternal. Ella nunca habría podido librarse de Emily... y eso que quedó embarazada sin haberlo planeado.

—Tú no conoces a Marian. No me la imagino como madre soltera.

—¿Hay un tipo de mujer que puede ser madre soltera y otro que no?

—No, supongo que no —suspiró Max—. Pero es que ha sido tan inesperado... nuestro divorcio finalizó hace tres meses. No te puedes imaginar lo que he sentido cuando me ha dicho que estaba embarazada.

En realidad, Amanda no tenía que imaginar nada. Había oído su reacción. Lo único que le preocupaba era que el niño fuera suyo.

—Pero no sigues enamorado de ella, ¿verdad?

—No, claro que no.

—Entonces, que tenga un hijo de otro hombre es irrelevante. Deja que viva su vida y vive la tuya.

Maximiliano la miró durante unos segundos y luego sonrió.

—Sí, doctora Cáceres, seguiré sus consejos. Y eso me recuerda lo de esta noche. ¿Qué tal si quedamos? ¿Me dejas que te invite a cenar, sólo a cenar?

Eso era tan creíble como lo de «ha ganado usted un regalo seguro».

Amanda respiró profundamente, mientras cada poro de su piel gritaba para que aceptase. Pero decir que sí sería el beso de la muerte. Le mostraría su debilidad y entonces la tendría donde quisiera.

—Lo siento, Maximiliano. No salgo nunca durante la semana, así que tendrás que esperar —dijo por fin—. Y darte alguna ducha fría —sugirió, con malicia.

Sus ojos se encontraron. En los de él había un deseo que no podía disimular.

—Sobreviviré, aunque en el mundo no hay agua fría suficiente para solucionar mi problema —dijo Max con voz ronca—. Y si vas a venir a trabajar todos los días tan guapa que estás para comerte, sugiero que te alejes de mí.

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