Capítulo 19

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-¡Mi mamá tiene novio! ¡Mi mamá tiene novio! ¡Mi mamá...!

-Sí, bueno, ya está bien Emily -la interrumpió su madre-. Ya te he oído. Y deja de dar saltos en la cama. No es un trampolín. Venga, ve a ver una película. Tengo que arreglarme, cariño.

Emily salió de la habitación a toda velocidad. Si había algo que pudiera hacer callar a su hija era ver una de sus películas favoritas.

Pero a Amanda le temblaban las manos y no sabía qué ponerse.

Max le había dicho en su último e-mail, le había enviado varios durante la semana, que no tenía que arreglarse demasiado. Un alivio porque su guardarropa era más bien sencillo. Más que sencillo.

Hacía buen tiempo, de modo que eligió una falda estampada en blanco y negro, similar a la falda con la que Max le había dicho el otro día que estaba para comérsela.

Oh, no, no. No debería haber pensado en eso. Sus pezones se endurecieron y sintió un cosquilleo entre las piernas.

Una mirada al reloj la hizo apresurarse. Sólo tenía un cuarto de hora antes de que llegase Max. Se había duchado y pintado, pero seguía desnuda bajo el albornoz y tenía el pelo hecho un asco.

Dora había prometido darle la cena a la niña. Parecía tan contenta como Emily porque tenía «un novio». Amanda no había querido desilusionarlas, así que dejó que pensaran lo que quisieran.

Mientras tanto, se decía a sí misma que lo que iba a pasar esa noche no tenía ninguna importancia.

-No tiene importancia -murmuró, mientras sacaba un sujetador de satén negro con tanga a juego. Era un conjunto muy caro que había comprado antes de tener a Emily y que apenas se había puesto. La maternidad había aumentado el tamaño de sus pechos y cuando se puso el sujetador... se le salían por arriba.

Pero, ah, estaba muy sexy, con un escote más grande que el Gran Cañón. El tanga quedaba bien por delante... y no se atrevió a mirar por detrás. Lo que no sabía no podía deprimirla.

Un golpecito en la puerta anunció la entrada de Dora.

-La cena de Emily ya está lista.

-No he terminado de vestirme. ¿Te importa dársela tú?

-No, claro que no.

-¡Emily, a cenar! -gritó Amanda desde la habitación mientras se ponía un top negro a juego con la falda-. El zumo de manzana está en la nevera.

-No te preocupes, yo me encargo de todo -sonrió Dora-. Tú vístete, Max está apunto de llegar.

-Sí, lo sé -murmuró ella, abrochándose la falda. Una cosa que la maternidad no había mejorado era su cintura. Era un poquito más ancha que antes, pero como le habían crecido los pechos y las caderas seguía teniendo figura de reloj de arena.

Razonablemente satisfecha con el resultado, intentó arreglarse el pelo, pero estaba intratable. Sólo podía hacerse un moño, que sujetó con una cinta negra.

Naturalmente, le caían algunos rizos a los lados de la cara, pero los hombres le habían dicho que eso les gustaba mucho. Según ellos, era muy sexy. Y estar sexy era precisamente lo que quería esa noche.

Como joyas, unos pendientes de aro y un colgante de plata. El perfume era caro, un regalo de Dora por su cumpleaños. Se llamaba Amor Verdadero.

Qué ironía, pensó, mientras se calzaba las sandalias de tacón. Lo único que lamentaba era no haberse puesto un poco de crema autobronceadora. Sin medias se la veía muy blanca. Pero aún no había cobrado y no podía comprarse cremas caras. Mejor estar blanca que con rayas naranjas en las piernas, se dijo.

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