Cuando levantó la cabeza, después de cruzar las piernas primorosamente, él estaba mirando su currículum.
—Veo que eres madre soltera.
Amanda levantó la barbilla.
—¿Algún problema?
—En absoluto. Admiro a una mujer que puede hacerse cargo de un hijo sin contar con nadie.
—¿Quiero decir si es un problema para ocupar el puesto de trabajo?
—No tiene por qué serlo. Tu hija va a una guardería, ¿no?
—Así es. Pero algún día podría tener que quedarme en casa, si está enferma. O si ocurre alguna emergencia.
—Las condiciones laborales en Ideas Bárbaras son muy flexibles. Lo único que se exige es que el trabajo esté hecho y que se acuda a las reuniones. Tu jefa también tiene una hija y está esperando otro, así que supongo que será comprensiva. Y hablando de Susan, lo mejor será que te la presente. Llamó antes para decir que necesitaba a alguien en el ordenador de inmediato.
—¿Quieres que empiece ahora mismo? —preguntó Amanda.
El levantó una ceja.
—¿Alguna razón para no hacerlo?
—No, supongo que no. Pero tendré que llamar a la guardería para decirles que iré un poco más tarde a recoger a Emily.
—¿Eso es un problema?
—No, pero... no sé a qué hora salen los trenes... tengo que ir a buscarla antes de las seis.
—¿No tienes coche?
—No —contestó Amanda—. No puedo permitírmelo.
—Pues ahora podrás. Tu salario es de sesenta y cinco mil dólares al año.
Amanda se quedó sin aire en los pulmones.
—Lo dirás de broma. ¿Sesenta y cinco mil dólares al año?
Antes de tener a Emily sólo ganaba cuarenta mil.
—Tu salario será revisado una vez al año, con posibles aumentos dependiendo de los resultados.
—Pero eso es increíble.
—No te preocupes. Tendrás que demostrar lo que vales.
—Lo haré.
Sus ojos se encontraron una vez más y Amanda se preguntó si, de nuevo, la conversación tenía un doble sentido. Esperaba que no. No quería pensar que, bajo esa impresionante fachada, Maximiliano Sandoval no era más que otro aprovechado.
—Podrías alquilar un coche. Rodrigo siempre dice que alquilar es la opción más sensata en los negocios. Mi hermano es contable.
Amanda ya lo sabía, aunque no podía decírselo. ¿En qué trabajaría Maximiliano Sandoval? Karen le había dicho que era un buen director y un buen motivador. Pero, ¿para qué empresa?
—Sólo tienes que decirme qué clase de coche quieres.
—Yo... la verdad es que no lo sé. Tengo que pensármelo.
—Si me dices el modelo por la mañana, podría estar listo por la tarde. Mientras tanto, no me importa llevarte a casa.
Amanda lo miró. Desde luego, no perdía el tiempo.
—No hace falta. Puedo llamar alguien para que vaya a buscar a Emily.
—¿Un amigo?
La pregunta parecía sin importancia, pero había curiosidad en sus ojos. Era una locura pensar que estaba celoso, pero tenía la impresión de que así era.
—No —contestó Amanda-. Es una señora mayor, mi casera. Y también una buena amiga.
—No me importa llevarte a casa. Además, me gustaría tener la oportunidad de hablar contigo fuera de la oficina.
—Muy bien —asintió ella, un poco incómoda—. Gracias.
—De nada —sonrió Max.
Amanda contuvo un suspiro. Era guapísimo. ¿Cómo iba a decirle que no?
Pero no quería que pensara que era presa fácil.
Ella sabía lo que muchos hombres pensaban de las madres solteras. Las consideraban desesperadas. Desesperadas por tener compañía, por encontrar a un hombre que pudiera ofrecerles la seguridad económica que, evidentemente, no les había ofrecido el padre de su hijo.
Pero ella no era así. Ella siempre se había enorgullecido de ser autosuficiente. Después de Mario, no había querido apoyarse en un hombre para nada. Ni siquiera para el sexo.
Hasta que conoció a Maximiliano.
Ahora no dejaba de pensar en él. Y estaba deseando que la llevara a casa. Se le puso piel de gallina sólo de pensarlo.
Cuando debería estar concentrándose en el magnífico puesto de trabajo que acababa de ofrecerle...
—Ahora que ya está decidido, debería empezar a trabajar, ¿no crees?
El se levantó despacio, abotonándose la chaqueta.
Era un hombre alto, fuerte, con unos hombros anchísimos.
Desnudo sería impresionante.
Amanda contuvo un suspiro. Estaba metida en un lío, en un buen lío.
—Por aquí —dijo Maximiliano, señalando la puerta.
Afortunadamente, no la tocó. Pero su mirada la ponía nerviosa.
No era totalmente diferente a los otros divorciados que la perseguían en el restaurante, pensó. La diferencia estaba en ella. Los otros no la hacían temblar con una mirada, no la hacían olvidar los consejos de su madre sobre los hombres.
No, eso no era verdad. No había olvidado los consejos de su madre. Sabía lo que Maximiliano Sandoval quería.
La diferencia era que ella quería exactamente lo mismo.
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El Regalo Ideal
RomanceNo siempre lo material es el mejor regalo y no hay nada más hermoso que dar sin necesidad de recibir algo.