Capítulo 24

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Pero a Max no se lo pareció.

—Ya estás otra vez con esas tonterías... Amy, me gustas de verdad. No, eso es mentira. Te quiero, maldita sea.

Ella contuvo el aliento.

—¿Qué?

—Sí, ya. Estoy seguro de que no me crees, pero es verdad.

—Eres tú el que dice tonterías —replicó Amanda, cuando se le pasó la sorpresa—. Sé lo que tú quieres, Maximiliano Sandoval, y no soy yo. Es la mujer dócil y sumisa en la que me convertí anoche. No sé qué me pasó para dejar que me hicieras esas cosas. Mi única excusa es que no había estado con un hombre en mucho tiempo. Y, por supuesto, tú sabías cómo encontrar mi lado oscuro.

—¿Tu lado oscuro? —repitió Max—. No es tu lado oscuro, cariño, es tu lado femenino. Ese lado que olvidas mientras estás siendo una mamá responsable para quien todos los hombres son unos canallas. Sé que te han hecho daño, pero eso no significa que todos los hombres seamos unos cerdos. A ti no te gusta que te juzguen mal, ¿no? Pero eres muy rápida juzgando a los demás.

Amanda hizo una mueca. Tenía razón.

—Eres una chica estupenda, Amy —siguió Max—. Pero tienes que confiar en los demás. Te quiero en mi vida. A ti y a Emily. Pero debes creerme, tienes que confiar en mí. Ya no sé qué hacer para convencerte... y si no crees que puedes amarme, quizá estoy perdiendo el tiempo. Si lo de anoche sólo ha sido una forma de exorcizar tus frustraciones sexuales es tu problema, pero para mí fue la noche más increíble de mi vida. Tú eres todo lo que quiero en una mujer y en una amante, Amanda.

Ella se mordió los labios, sin saber qué decir.

—Pues... para mí lo de anoche fue maravilloso también. Siento haber dicho lo que he dicho, Max. Me he pasado.

El rió.

—En cierto modo, me gusta eso de ti. Pero también me gusta la mujer que fuiste anoche. Estoy enamorado de las dos.

—No digas eso...

—¿Por qué?

—Porque me da miedo.

—Sí, lo sé, cariño. Pero vas a tener que acostumbrarte. Te quiero y no voy a irme de tu lado.

Amanda casi empezaba a creerlo, quería creerlo. La seguridad de Maximiliano borraba sus viejos miedos de que ningún hombre pudiera quererla de verdad. Su madre le había metido en la cabeza que ninguno querría a una mujer que había tenido un hijo con otro hombre.

Pero, ¿estaba hablando Maximiliano de matrimonio? No. eso era demasiado prematuro. ¿Y el asunto de los niños? Dora podría tener razón. Quizá querría tenerlos con ella, si la amaba de verdad. Si no, al menos tendría a Emily. Y a Max le gustaba mucho su hija.

—Estaría bien que me dijeras lo que sientes por mí —dijo él entonces—. Necesito que me animes un poco.

—Dudo que tú necesites que te animen para nada, Max.

—Porque nunca había querido algo tan difícil como ahora.

—¿Cómo puedes decir eso después de lo de anoche? Tú decías salta y yo decía: ¿hasta dónde?

—Pero eso era en la cama —rió Max—. En el día a día, eres muy difícil. ¿Puedo ir a tu casa hoy?

—No.

—¿Por qué sabía que ibas a decir eso? —suspiró él—. ¿Y mañana? ¿Podemos salir los tres, como habíamos quedado?

—Sí, pero nada de sexo.

—Ya me lo imaginaba. Además, estoy hecho polvo.

—Hoy estás hecho polvo, pero mañana te habrás recuperado.

—Puede que tengas razón. Y estaré mucho más recuperado el lunes.

—El lunes hay que trabajar.

—Sí, pero siempre está la hora del almuerzo. Karen come fuera y yo tengo un bonito despacho... con un sofá Chesterfield todo para mí.

Amanda se puso colorada. Afortunadamente, él no podía verla.

—No esperarás que haga eso, ¿verdad?

—No pierdo la esperanza.

—Hemos quedado el viernes —insistió ella—. Tendrás que esperar hasta entonces.

—¿Seguro?

—Seguro.

—El viernes es la fiesta anual de la agencia —le recordó Maximiliano—. Como soy el jefe en funciones, tengo que acudir. Y como tú eres una empleada, tendrás que ir también... con un vestido muy sexy.

—No pienso hacer el amor contigo en la oficina.

—Nadie se dará cuenta de que nos perdemos de vez en cuando. En mi despacho hay cerrojo.

—Pero yo no podría relajarme —insistió Amanda—. No quiero que piensen...

—¿Qué más te da lo que piensen? Después de Navidad, dejaré de ser el jefe y nadie dirá nada.

—Pero pensarán que me has contratado porque te gusto.

—Ah, eso podría ser verdad.

—¡No lo es!

—Era una broma, mujer. Seremos muy discretos. Dime que me quieres, Amy.

—No.

—Pero sabes que me quieres.

—Yo sólo sé que eres un hombre muy arrogante. Necesitas que alguien te baje los humos.

—Y tú, preciosa, necesitas que alguien te quiera.

—¿Ahora se llama así?

—¿Quieres que use un término más crudo?

—No.

—Mejor, porque no estoy hablando de sexo. Estoy hablando de amor. Tú necesitas todo lo que pueda darte un hombre que te quiera. Necesitas alguien que te cuide, que te ayude cuando algo vaya mal, alguien en quien puedas confiar.

Qué bonito sonaba todo eso, pensó ella, suspirando. Pero, ¿era sólo un sueño, la promesa falsa de un hombre loco por meterse en su cama... o era algo más?

Amanda había sido cínica sobre los hombres durante tanto tiempo que le costaba trabajo creer en lo que Maximiliano le ofrecía.

—Lo que tú necesitas —terminó él— soy yo.

—Desde luego que sí. Tú revitalizas mi libido como nadie. Pero tendremos que esperar hasta el viernes.

Max soltó una maldción. Era la primera vez que decía una maldicón delante de ella.

—Y lo que tú necesitas, jovencita, es que te ponga sobre mis rodillas y te dé unos buenos azotes en el trasero.

—¿Eso es una amenaza o una promesa?

—Lo que pasa es que te doy pánico, te da terror lo que te hago sentir y lo que te hago hacer. El viernes por la noche me dirás que me quieres, en la oficina. Aunque tenga que darte unos azotes para conseguirlo. ¡Y ésa sí es una promesa!

Amanda se quedó sin habla, con el corazón acelerado por las imágenes que evocaba esa frase. Y los sentimientos. Aquello no podía ser amor, pensaba.

Sólo era lujuria. Maximiliano Sandoval la había corrompido.

—Eso no es amor —dijo en voz baja.

—Entonces, ¿qué es?

—Una tortura.

—Ah, eso también, hasta que te rindas. Yo ya me he rendido a mis sentimientos por ti, Amy, ¿cuándo vas a hacer tú lo mismo? No, no contestes. Puedo ser paciente. Pero recuerda que no voy a dejarte ir, Amanda Cáceres. Eres mía, acostúmbrate a la idea.

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