Capítulo 22

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Max volvió de su viaje al cuarto de baño y miró a Amanda dormida sobre su cama, sonriendo al ver que seguía llevando puestas las sandalias. Con cuidado, se agachó para quitárselas. Ella no abrió los ojos.

La había interpretado bien, pensó. Le gustaban los hombres que tomaban el control en la cama, los que la trataban como si fueran hombres de las cavernas. Pero Max nunca había actuado así con una mujer.

A Marian le gustaba ponerse arriba... y nunca había tenido que esforzarse demasiado, la verdad. El tiempo y la familiaridad habían matado el deseo que sentía por ella. La falta de amor también, claro. Estaba resentido por su negativa a tener hijos y, al final, no le preocupaba darle placer.

Pero quería darle placer a Amanda.

Porque se había enamorado de ella. Profundamente. No era sólo sexo, no estaba engañándose a sí mismo. El conocía bien la diferencia. La deseaba, no sólo como amante, sino también como esposa y madre de sus hijos. Se habían conocido sólo una semana antes, pero estaba más seguro de eso que de cualquier otra cosa en la vida.

Sospechaba que ella sentía algo también, pero no se fiaba después de su experiencia con el tal Mario. El cinismo y quizá cierto resentimiento con los hombres impedían que viera que él era sincero.

Una pena que lo hubiese oído hablar con Marian. Debió pensar que era un mentiroso... y a pesar de eso había aceptado salir con él, algo que llevaba años sin hacer.

Su ego masculino se sintió halagado cuando le dijo que era el primer hombre desde el padre de Emily. Su amor por ella creció al saber que no se acostaba con cualquiera. Y su respeto. Tenía mucha personalidad. Max sintió un escalofrío al recordar la fuerza del orgasmo.

Estaba deseando que despertase. Ya estaba duro otra vez.

¿Por qué iba a esperar?, le dijo el hombre de las cavernas que llevaba dentro. Ella no querría dormir hasta la doce. «Si la deseas, tómala». «A por ella, tigre!»

Maximiliano no vaciló. Abrió el cajón de la mesilla donde guardaba los preservativos y, veinte segundos después, estaba tumbado a su lado, pasando un dedo por su espalda.

Amanda despertó sintiendo un escalofrío de placer. Pero tardó unos segundos en recordar dónde estaba o con quién.

Oh, cielos, pensó. Afortunadamente, tenía la cara contra la almohada. Eso le daría unos segundos antes de admitir que estaba despierta.

Aunque no tendría que hacerlo. Podría quedarse allí, como si siguiera dormida, disfrutando de sus caricias. Pero entonces esa mano, la que la hacía sentir escalofríos, empezó a moverse en territorio peligroso...

—¡No hagas eso! —exclamó.

Max sonrió, metiendo la mano entre sus piernas.

—Me alegra tenerte de nuevo en el mundo de los vivos —murmuró, excitándola con el dedo.

Ella contuvo un gemido cuando rozó el capullo escondido entre sus rizos.

—No eres una buena persona, eres perverso.

Max rió, bajito.

—Me lo tomo como un cumplido. ¿Quieres ponerte encima esta vez?

Amanda lo miró, boquiabierta. Nunca había estado con un hombre tan directo...

—¿No? Muy bien. La próxima vez, quizá —dijo él, inclinando la cabeza para chupar uno de sus pezones mientras introducía el dedo en su interior.

Eran dos fuentes de placer, su boca, chupando, lamiendo... pero era lo que pasaba abajo lo que la hacía jadear. Amanda empezó a sentir los primeros espasmos y pensó que debería advertirle.

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