—¡Mira, mamá es la muñeca Felicity! —gritó Emily—. ¡Y su caballo! ¡Y su castillo!
—Qué suerte has tenido —sonrió Amanda, tumbada en el sofá. Llevaba un conjunto de camisón y bata de seda roja que Maximiliano le había regalado a la medianoche. Habían estado despiertos hasta muy tarde envolviendo los regalos.
Por supuesto, él había insistido en que se pusiera el camisón, una cosa llevó a la otra y en fin... al menos, no había dormido en su cama. El salón, sin embargo, había sido testigo de algún tórrido pero tierno revolcón entre regalo y regalo: perfumes, cremas, bombones, que Max le daba uno a uno como pago por «servicios prestados».
A la una de la madrugada, Amanda le había dado sus regalos: un libro sobre el Dalai Lama, un CD de Robbie Williams y el DVD de El señor de los anillos.
Y Max le agradeció cada regalo.
Poco antes de las tres, Amanda, agotada, se quedó dormida en la habitación de invitados... hasta que Emily empezó a tirar de su brazo a la seis de la mañana, gritando que había llegado Santa Claus.
Cuando consiguió abrir un ojo, la niña salió corriendo para despertar a Max.
Eso había sido quince minutos antes.
Amanda bostezó mientras Maximiliano entraba en el salón con dos tazas de café. Llevaba unos pantalones cortos y una camiseta. Iba sin afeitar, pero de todas formas estaba guapo. Y muy sexy.
—Gracias, me hacía falta —murmuró—. Menos mal que conocí a tu familia la otra noche, cuando estaba presentable. Hoy debo estar horrible.
—Estás preciosa —sonrió él—. Estar enamorada te sienta bien.
Amanda miró su anillo de compromiso y luego al hombre que se lo había regalado.
—Estar enamorada de ti me sienta bien. Eres maravilloso.
—¡Por supuesto! ¿No te lo había dicho desde el principio?
—Y también eres muy humilde —rió ella.
—Mamá, mira esto —gritó Emily, mostrándole un precioso vestido rosa—. Voy a ponérmelo para conocer a los papás de Max. Pareceré una princesa, ¿verdad que sí?
—Por supuesto.
El corazón de Amanda estaba henchido de felicidad. Maximiliano Sandoval había llevado felicidad a sus vidas. Felicidad y una promesa de futuro.
—¿Santa te ha traído todo lo que querías, cariño?
—Sí, sí. No se le ha olvidado nada —contestó la niña.
—¿Qué es lo que más te gusta? —preguntó Amanda, sabiendo lo que contestaría: la muñeca Felicity.
—Lo que más me gusta es mi nuevo papá —sonrió Emily, mirando a Max.
Él tragó saliva, emocionado.
—Siéntate aquí conmigo, chiquitina y dame un abrazo.
Emily sonrió como sólo podía sonreír un niño mientras corría para echarse en sus brazos.
Amanda arrugó el ceño, pensativa.
—Emily, ¿le pediste un papá a Santa Claus?
—Sí —contestó la niña, tan tranquila—. Tú dijiste que si era buena, Santa Claus me traería todo lo que pidiera. Y es verdad.
Amanda parpadeó, incrédula, y Maximiliano se encogió de hombros.
—Los caminos del Señor son insondables.
—No sabía que fueras religioso.
—No mucho, pero podríamos ir a la iglesia más tarde, para dar las gracias.
—¿Yo también puedo ir a la iglesia, papá? —preguntó Emily.
—Claro que sí, princesa. Para eso están los papás, para hacer todo lo que quieran sus niñas.
—El año que viene le pediré a Santa Claus un hermanito.
—Qué buena idea —sonrió Max, mientras Amanda intentaba no atragantarse con el café—. Seguro que Santa no tiene ningún problema para traerte ese regalo. Aunque debes recordar que él no puede elegir el sexo de tu hermanito. Eso depende de Dios.
—Entonces se lo pediré a Dios.
—Ah, muy bien, ve directamente al jefe —rió Maximiliano—. ¿Qué te parece, mamá?
—Creo que deberíamos limpiar todo esto y darnos una ducha —contestó Amanda.
Emily arrugó el ceño cuando su madre empezó a recoger los papeles de regalo.
—Las mamás no son tan divertidas como los papás—le dijo a Max en voz baja.
El soltó una risita.
—No sé yo... Tu mamá tiene sus momentos. Y es una buena mamá, ¿verdad?
—Sí, muy buena —contestó Emily, mirándola con arrobo.
Amanda pensó que le iba a estallar el corazón de alegría. No sabía qué había hecho para merecer tanta felicidad, pero decidió agradecerla siempre.
Su madre se quedaría sorprendida cuando le diese la noticia de que un hombre iba a casarse con ella... incluso teniendo una hija de otro.
Pero, por supuesto, Maximiliano no era cualquier hombre. Era alguien muy especial.
—Papá, ¿por qué está llorando mamá? —preguntó Emily en voz baja.
—Llora porque es feliz, princesa —contestó él, con un nudo en la garganta—. Los adultos lloran a veces cuando son felices.
—Cuando yo lloro, mi mamá me besa y me siento mejor.
Amanda asintió.
—Que buena idea. Vamos a besarla entonces.
Fin.
🎆🎁🎄FELIZ NAVIDAD🎄🎁🎆
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El Regalo Ideal
RomanceNo siempre lo material es el mejor regalo y no hay nada más hermoso que dar sin necesidad de recibir algo.