Capítulo 23

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—¿Bueno? ¿Qué tal anoche? —le preguntó Dora por la mañana—. Cuando llegaste, estaba medio dormida. Perdona que no pudiera saludarte siquiera.

En realidad, Amanda se alegraba. Había llegado a casa a la una de la madrugada, con el pelo revuelto y sin una gota de maquillaje. Si Dora hubiera estado despierta, no se le habría escapado lo que había estado haciendo toda la noche.

Amanda tragó saliva. Había sido increíble, asombroso. Había hecho cosas con Maximiliano que jamás se imaginó capaz de hacer.

—Lo pasé muy bien —contestó, sin que le creciera la nariz—. El restaurante era estupendo... ¿Has estado alguna vez en Balmoral?

Afortunadamente, Dora no conocía los restaurantes de esa zona y Amanda inventó una carta, intentando no pensar en lo increíble que había sido la «comida» de esa noche.

La cena real no había sido tan increíble. Sólo unos platos pre-congelados y una copa de vino blanco. Lo increíble era que hubiesen cenado desnudos, compartiendo una silla de la cocina, y que Max le hubiese prohibido que se llevara nada a la boca.

En realidad, lo que habían hecho la noche anterior era decadente. Pero al mismo tiempo, tan excitante.

—¿Dónde fuisteis después? —preguntó Dora.

—Ah... a su casa, un rato —contestó Amanda, sin mirarla.

—¿Y?

—Tiene una casa muy bonita.

—¿Y?

—Se ve la playa y está llena de antigüedades. Max debe ser millonario.

-¿Y?

—¿Y qué?

—Amanda Cáceres, ¿te has acostado con él o no?

Amanda se puso colorada hasta la raíz del pelo.

—No me hagas esas preguntas, Dora. Emily podría oírte.

—A esta distancia, no.

Estaban en el jardín, pero alejadas de la higuera donde jugaba su hija.

Amanda dejo escapar un suspiro.

—Sí, me acosté con él —le confesó.

—Me alegro —sonrió Dora—. Es un hombre muy agradable.

¿Agradable? Ella tuvo que apretar los dientes para no decir nada.

—Y le gusta mucho Emily —añadió su amiga.

—Se divorció de su mujer porque no quería tener hijos.

—¿Qué? ¿Estás segura?

—Totalmente. Me lo ha dicho él mismo.

—Qué raro. No actúa como un hombre al que no le gustan los niños. Es muy paciente, muy cariñoso.

—A lo mejor no le gustan los recién nacidos. Y Emily ya es una mujercita.

—Sí, pero es una pena de todas formas. Yo pensaba que podría ser el hombre de tu vida.

—Por favor, Dora...

—A Emily le encantaría.

—No me ha dicho nada —murmuró Amanda—. Además, a pesar de no haber tenido un padre, no le ha faltado nada —añadió, a la defensiva.

—¿Cómo lo sabes? Emily ve a otros padres yendo a buscar a sus compañeros... quizá lleva años esperándolo, pero no ha querido decirte nada. Te quiere muchísimo, Amy, pero yo creo que le gustaría tener un padre —suspiró Dora—. Por eso le gusta tanto Max. Y por eso preguntó si ibas a casarte con él. Los niños dicen lo que guardan en el corazón.

Amanda se quedó pensativa. Estaba pasando, eso que ella tanto había temido. Si seguía viendo a Maximiliano, Emily se acostumbraría a él. Pero un día, puff, desaparecía y a su hija se le rompería el corazón. Podía soportar que se lo rompiera a ella, pero a su hija... ¿Cómo podía explicarle a una niña de cuatro años que no todas las relaciones acababan en matrimonio? La mayoría acababan, sin más.

—Max quiere que salgamos los tres juntos el domingo. Voy a tener que llamarlo para decir que no.

—¿Por qué?

—Porque no es justo para Emily. Max no está interesado en ella, Dora, sólo está interesado en mí.

—Eso no lo sabes. Pregúntaselo.

—Me mentiría.

Su amiga la miró, sorprendida.

—Sabía que eras una cínica, Amy, pero no sabía que lo fueras tanto. Creo que estás cometiendo un error. Max es una buena persona y se merece una oportunidad. Y tú también. Y Emily. No tomes decisiones a la ligera... date un tiempo. La vida puede ser cruel, pero también puede ser maravillosa. Tienes que creer en eso o es absurdo seguir viviendo. Yo estaba muy deprimida hasta que llegasteis a mi casa, pero vosotras habéis traído alegría a mi vida cuando ya no la esperaba.

—Dora...

—Eres demasiado dura con los hombres, cariño. No confías en ellos por sistema. Pero yo creo que Max es un hombre decente. Además, la gente puede cambiar.

Amanda no creía que un hombre que se había divorciado porque no quería tener hijos fuese a cambiar nunca, pero reconocía que quizá era un poco dura con él. Se estaba portando muy bien con ella y era encantador con la niña...

Sería una idiota si lo dejase ir.

La idea de no volver a experimentar lo que había experimentado la noche anterior la ponía enferma. Pero tenía que poner reglas, establecer fronteras. Nada de ver a la niña, por ejemplo. No debía ir a buscarla hasta que Emily estuviese dormida. Y no debía esperar que durmiera en su casa.

Sí, eso era muy razonable.

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