Capítulo 21 ☺

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Capítulo 21 ☺

Sentí que alguien me sacudió un hombro.

Con un gruñido, me volví a acomodar en mi duro asiento y seguí soñando. La misma molesta mano hija de puta me volvió a sacudir.

—¡¿QUÉ CARAJOS QUIERES?!— grité abriendo los ojos, sin saber a quién me dirigía.

Lo primero que vi, fue la cara de Nick junto a mí, sonriendo burlonamente ¡Pero qué novedad! Lo fulminé con la mirada.

—Bueno, sólo te decía que el tren ya llegó a la estación y deberías ir por tus cosas, pero ya que quieres seguir durmiendo… yo me largo— se encogió de hombros, haciendo ademán de levantarse.

Mi dolor de cabeza seguía torturándome.

—Odio que me despierten— contesté simplemente, incorporándome.

Salimos del vagón y pasamos al siguiente para ir a recoger las cosas del compartimiento en el que antes estábamos sentados.

Los ancianitos aún seguían ahí, intentando sacar sus maletas.

—Oh, qué alegría— dijo la señora— Ya han regresado.

Sonreí falsamente, aún de malas por haber sido sacudida brutalmente. Hacerme eso era como un crimen, ¿cómo se atrevía?

¡Ah! Pero un día el karma lo haría papilla y yo me reiría mucho en su cara…

—¿Ya arreglaron sus problemas?— preguntó Frank, el señor, mirándonos alternativamente a Nick y a mí.

Rodeé los ojos, suspirando.

—Está modorra. Durmió todo el camino— Nick se encogió de hombros.

—Cuando se enoje, cállala con un beso, muchacho. Eso hago yo con Magdalena— Frank señaló a la señora.

Magdalena sonrió abiertamente con su dentadura postiza.

Abrí los ojos de golpe. Si no había terminado de despertarme, ahora estaba más despierta que nunca. Ese comentario era una porquería, si bien había besado al idiota junto a mí cuando estaba ebria, no volvería a cometer el mismo error estando sobria.

No era bruta.

Frank y Magdalena se tomaron de las manos. Era tierno ver a un par de ancianitos juntos, no era algo que se viera comúnmente. En estos días los divorcios eran muy frecuentes y la verdad, ¿quién no soñaba con la idea de seguir casada con el mismo hombre a los ochenta y tantos años?

Era algo épico.

Pero no. Ahora todas las mujeres a los cuarenta eran unas solteronas y los hombres se casaban con la amante o qué se yo.

—Nos vamos, muchachos, un gusto conocerlos— dijo Frank saliendo por la puerta.

Magdalena me tomó del brazo y me susurró en el oído lo suficientemente bajo para que sólo ella y yo hubiéramos escuchado:

—Sonríele mientras puedas— señaló su dentadura—. Una sonrisa natural es la mejor manera de enamorar a alguien.

Y ahí fue cuando me atraganté con mi propia saliva y comencé a toser agitando los brazos como si espantara moscas.

Magdalena rió discretamente y se fue de la mano de Frank, caminando por el pasillo, directo a las escaleras del tren.

Nick me dio unos golpecitos en la espalda para que volviera a respirar.

—Vaya, ¿tan perturbador fue lo que te dijo?— se mofó.

Le di un codazo.

—Cállate.

Let it GoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora