Capítulo 36 ☺

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Capítulo 36 ☺

Cuarenta y seis horas.

Casi dos días evitando a Nick y casi dos días sin entrenar. Me estaba volviendo loca. Por un lado, evitar a Nick era casi imposible, ya que siempre estaba en los mismos pasillos del campus que yo. Sin que se diera cuenta (o eso creo yo), me escabullía como podía del lugar y me largaba a otra parte a torturarme con los recuerdos de la pelea.

El flashback de mí misma devolviéndole el beso simplemente me torturaba. Creo que soy masoquista. Quiero decir, sí, me torturaban esos recuerdos, pero no me arrepentía de nada. Sin embargo aún estaba por decidir qué actitud debía tomar cuando lo volviera a ver, porque era obvio que no lo podía evitar por siempre. No tenía experiencia en eso y si consultaba a Alice o a Marielle, probablemente no dejarían de hacer las molestas preguntas que yo quería evitar a toda costa.

Por otro lado, llevaba casi dos días sin entrenar, y ya me estaba volviendo loca. Marcus se había encargado de no dejarme entrenar como habían dicho esas enfermeras, hasta después de tres días. Literalmente y sin exagerar, me había sacado a la fuerza del gimnasio cuando hace dos días había intentado entrar como si ese parche en mi cabeza en realidad no existiera. Marcus había pedido a dos cochinos chicos que me arrastraran hasta la puerta y me asegurara de no regresar hasta que pasaran los tres días.

Necesitaba ir al gimnasio y golpear algo o a alguien; la ansiedad y el aburrimiento me carcomían. Eso, y mi dilema acerca de Nick estaban matándome, hasta el punto en que  ni siquiera podía dormir bien. Claro que la tormenta eléctrica que había allá afuera no era de ayuda ni por mucho.

Miré mi despertador. Éste marcaba las 11:43 P.M.

Me palmeé la cara, justo antes de que un relámpago que había caído no muy lejos de aquí, iluminara el dormitorio. Me estremecí, abrazándome las rodillas y aferrándome a la almohada como si en eso me llevara la vida. Mierda.

Sentía una necesidad insoportable de ponerme a rezar la noche entera para que la tormenta pasara y dejara de ponerme los pelos de punta, por el amor de Dios. Era casi media noche y yo sin poder conciliar el sueño… eso era igual a una tragedia.

Alice en cambio, roncaba profundamente y balbuceaba cosas sin sentido. El sonido de las gotillas en la ventana me ponían nerviosa, no podía quedarme aquí más tiempo o me iba a terminar arrancando las cejas.

Las manecillas de mi despertador producían un estresante sonido, que me estresaban e irritaban cada vez más. Odiaba las noches así, siempre me recordaba a esa en la que habían muerto mis padres. Me entraban ganas de ponerme a chillar, pero no lo iba a hacer, hace años que evitaba ponerme a llorar como niña pequeña sin su helado.

Arrugué el ceño cuando un trueno resonó fuertemente.

Me tomó dos segundos hacer la decisión de salir de ahí. Hice de tripas corazón, y aunque me moría de miedo debido a la tormenta, me incorporé de mi cama. Tomé mis pantuflas, mi repuesto de llave (sí, ya la había conseguido y ésta vez me aseguraría de que no se volviera a perder)  y salí de mi dormitorio.

Necesitaba ir a un lugar en donde no hubiera ventanas por donde ver y escuchar la espantosa tormenta de allá afuera que hacía que me dieran ganas de esconderme debajo de mi cama.

Suena tonto, lo sé, pero lo digo literalmente.

Por suerte, ya tenía bien pensado un lugar a dónde ir. Nunca había ido ahí de noche y probablemente si alguien me veía, me iría mal… ¿pero qué querían que hiciera? Eso era lo que les hacía la brontofobia a las personas.

Bajé las escaleras de las residencias en silencio, volviéndome hacia todas partes, cuidando que nadie me viera y salí de ahí.

—¡Ah, carajo!— exclamé cuando salí a la intemperie.

Let it GoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora