En cuanto a Justin, una vez más tomó la mesa directamente detrás de la mía. Traté de no reaccionar a su presencia, pero era muy difícil cuando estaba prácticamente respirando en mi cuello.
El Sr. Kowalski se quedó en la habitación durante los primeros treinta minutos pero después de eso se fue, pensando que todos estábamos ocupados con nuestra tarea. Un momento después, Justin pateó mi silla.
No entiendo por qué quiere hablar conmigo. Las cosas que le dije anoche fueron francamente desagradables. En ese momento mi emoción básica era de enojo y quería arremeter contra cualquiera y contra todo el mundo, aunque tratara de ayudarme.
Era mejor no hablarnos.
De esa manera no diría cosas de las que me arrepentiría.
Hice lo imposible por ignorarlo y continué trabajando en el ensayo de inglés que debía presentar el viernes. La tarea era la última prioridad en mi mente, pero ya era una porrista caída y no deseaba agregar algo más a mi lista de fracasos.
Justin pateó de nuevo la silla y mi pluma hizo un largo garabato atravesando la página, ¿por qué simplemente no me dejaba en paz?
Sin una palabra, recogí mis cosas y a grandes zancadas me dirigí a un escritorio al otro lado de la habitación. Quería estar lo más lejos que pudiera. Mientras dejaba mis cosas, Justin se levantó y me siguió al otro lado de la habitación, arrastrando su bolsa por el suelo.
Se metió en el escritorio detrás de mí. Y pateó la silla. Una vez más.
―¿Estamos jugando a las sillas con música?
―No quiero hablar contigo. ―Estaba agarrando la pluma con tanta fuerza que pensé que se rompería por la mitad.
―¿Por qué? ¿Te sientes culpable por toda la mierda que me dijiste ayer por la noche?
Me volví en mi asiento para encontrarlo estudiándome con diversión.
―¿Por qué estás hablando conmigo?
―Porque me entretienes.
―No soy tu payaso. No estoy aquí para entretenerte.
―Podrías serlo. Tienes los pies grandes. ―Sus labios se curvaron en una sonrisa torcida.
Resistí a la tentación de darle un puñetazo en la cara.
―¡Eres tan molesto! ¿Puedes dejarme en paz? ―Me oí más desesperada que enojada.
―Responde primero a mi pregunta. ―Recogió las mangas de su camisa―. ¿Te sientes culpable?
―No lo sé. ―Me encogí de hombros con los ojos pegados a su compleja red de tatuajes.
―Puedo decir lo llena de remordimiento que estás ―dijo rodando los ojos―. Por lo tanto, esa lección de Historia fue algo, ¿no? Esos hechos de la Guerra Fría me dejaron alucinando.
―¿Estás tratando de decir algo?
Justin comenzó a tocar el violín con la manga.
―¿Qué se siente ser uno de nosotros?
―¿Perdón? ―Mis ojos se estrecharon por su descaro.
―Ya sabes. ―Levantó la vista―. ¿Ser un bicho raro, un perdedor?
―No soy una perdedora. No soy como tú.
―Sigue diciéndote eso.
―No lo soy ―insistí señalando su brazo desnudo―. No me veo como tú y, desde luego, no tengo cientos de tatuajes en mi cuerpo. No entiendo por qué te los haces en primer lugar
Justin miró su brazo en silencio. Finalmente lo empujó hacia mí y señaló la piel con un dedo.
―Míralo tú misma.
Intrigada me acerqué más y miré lo que había señalado.
Todo lo que podía ver eran espirales de telaraña negras que no tenían sentido para mí. Entrecerrando los ojos traté de darle sentido a lo que estaba viendo. Lo que en un principio me parecieron marcas sin sentido, se convirtieron en palabras.
Bueno, en realidad era un nombre. Un nombre que era dolorosamente familiar.
Grant Bieber. El padre de Justin.
Durante todo este tiempo había pensado que Justin era estúpido e imprudente al haberse tatuado el cuerpo, sin embargo, nunca me había molestado en entender cuál era la razón por la que lo había hecho. Fui una mega estúpida ignorante. Sin embargo, eso no excusaba su sentido de la moda.
―Bien, los tatuajes tienen sentido pero tu cabello, maquillaje y ropa de color negro no. Así que no me pongas en la misma categoría que tú.
Las cejas de Justin se unieron estrechamente al fruncir el ceño.
―¿Y qué si me veo así? Podría cambiar mi apariencia mañana, pero no tendría nada que ver con nadie. Me visto como me gusta y me veo de la forma en que quiero.
Frunciendo los labios me volví hacia el frente terminando con la conversación.
―Entonces, disfruta ser un monstruo toda tu vida
__________.
El sonido del cortacésped me despertó. Gimiendo, me di la vuelta y miré a mi reloj de mesilla con ojos legañosos. ¿7:13 a.m.? ¿Quién en su sano juicio cortaría la hierba tan temprano un sábado por la mañana? ¿Acaso no habían oído hablar de algo llamado dormir hasta tarde?
De alguna manera me las arreglé para salir de la cama sin tropezar con las sábanas. El sol brilló en mi habitación y frente a mi ventana, las persianas de Justin estaban subidas. Confiaba en que sería capaz de dormir con todo este ruido.
Me dirigí por el pasillo y eché un vistazo por la ventana que daba a nuestro jardín delantero, esperando ver al molesto vecino que había perturbado mi sueño. Mi boca cayó abierta y vi que nuestra hierba estaba siendo cortada… por alguien absolutamente hermoso. Estaba de espaldas a mí, así que lo único que podía ver era el cabello castaño oscuro y una espalda bronceada y musculosa, pero santo infierno esta era una forma maravillosa para despertarse un sábado. Mamá debió haber contratado a alguien finalmente para cortar el césped, ¿pero realmente tenía que ser a esta hora tan intempestiva?
―¡Mamá! ―grité mientras bajaba maldiciendo al mundo.
Mamá estaba sentada en la mesa con una taza de café. Me miró por encima del periódico y chasqueó la lengua.
―¿______, puedes hablar más bajo? Acabo de meter a tu hermano a la cama hace una hora. Ha estado despierto toda la noche con un dolor en el oído.