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No me importaba que fueran las cuatro de un sábado por la tarde. No iba
a dejar mi habitación. Iba a quedarme aquí por el resto de mi vida si esto
significaba que no tendría que enfrentarme a nadie nunca más.
Anoche, había tratado de dejar todo fuera y actuar indiferente, pero en la mañana
toda esa resolución se había derrumbado. No podía conseguir sacar la imagen de
Justin y Kance besándose de mi cabeza. No podía perdonar su traición.
La peor parte era, que sin importar cuánto intentara olvidar a Justin, simplemente
no podía hacerlo. Era difícil imaginarme no estar en sus brazos, o nunca besarlo
otra vez. ¿Con quién compartiría todos mis problemas? ¿Quién alguna vez me
entendería de la manera que él lo hacía?
La respuesta era simple.
Nadie. Nadie me conocía como Justin lo hacía. Nadie me entendía de la manera que
él lo hacía. Nadie podía hacerme reír tan fácilmente como él podía. Podía pasar mi
vida buscando, pero nunca encontraría a nadie como él.
Tenía que ser honesta conmigo. Lo amaba. Lo amaba con cada fibra de mi ser, con
mi alma. Sin embargo, no podía perdonarlo.
Se había emborrachado y se había besuqueado con Kance sin pensar en mí. El
hecho de que esto fuera tan fácil para él me mató. Enfrentar esa realidad hacía que
mi corazón doliera. Me había prometido que nunca me dejaría, pero bastó con que
se emborrachara para que se olvidara de todo lo que nosotros habíamos
compartido.
Esto tomaría tiempo, mucho tiempo, pero me curaría. Tenía que curarme.
Alguien llamó a mi puerta, y levanté el cobertor de mi cabeza.
―Adelante ―grité, sabiendo muy bien que era mi mamá.
La puerta se abrió un poco y mi mamá asomó su cabeza. Sus ojos vieron las
persianas bajadas, la habitación oscura, y luego finalmente aterrizaron en mí.
―¿Oh, ________, cariño, qué pasó? ―No esperó una respuesta antes de entrar en la
habitación y sentarse sobre mi cama. Sus ojos estaban llenos de preocupación
mientras me estudiaba, esperando una respuesta a mi comportamiento parecido al
de un ermitaño.
Exhalando, me senté y miré hacia abajo a mi cobertor.
Quería contarle todo, pero no quise cargarla con mis pequeños problemas cuando
ella había tenido problemas mucho peores con los hombres en su vida. Mis
problemas con Justin parecían tontos en comparación.
―No es nada, mamá. Solamente estoy cansada.
Mamá me miró con un ojo crítico.
―Si vas a quedarte en la cama hasta las cuatro por la tarde entonces al menos
piensa en una mejor razón que estar cansada.
Suspiré, jugueteando con el borde de mi edredón.