Llegué al aeropuerto John F. Kennedy dos días después. Graham esperaba en la zona de las llegadas internacionales con un discreto ramo de flores. Si bien había bastante gente, no me fue difícil reconocerlo debido a su característico abrigo marrón y bufanda roja. Al principio estaba inmerso en sus propios pensamientos, pero en cuanto se percató de que corría hacia él, esbozó una tímida sonrisa y me abrió los brazos. El olor de su cuerpo me hizo sentir en casa.
—Bienvenida, Beth —susurró contra mis labios después de besarme—. Te extrañé mucho.
—Y yo a ti, Grahms —respondí honesta.
Si bien la temperatura había descendido un poco, todavía faltaba mucho para que cayera la primera nevada. Los reportes en la radio eran más de lo mismo y ni qué decir del tráfico, que nos detuvo un rato cuando nos dirigíamos a Manhattan Valley. Graham coreaba All of me con toda la paciencia del mundo, mientras mantenía su vista fija en la larga fila que teníamos por delante y dibujaba círculos con su pulgar en el dorso de mi mano.
—¿Segura que no te importa? —preguntó, revisando los mensajes en su celular.
Recién le habían llamado de la clínica para que fuera a apoyar con un diagnóstico de una fractura.
—Mi prometido irá a salvar el coxis de un perro para que pueda volver a caminar, ¿cómo podría oponerme a eso?
—Sí, pero acabas de llegar.
—Es por eso que, en cuanto acabes, regresarás a casa —animé, dándole un apretón en la rodilla.
Con el pasar del tiempo me había acostumbrado a ese tipo de imprevistos. Lo cierto era que vivir en Nueva York no era nada económico y desde que empezamos a trabajar aceptamos horas extras para tener un poco más de ingresos y ahorrar lo más que pudiéramos para cuando nos trasladáramos a Escocia. Solo que el trabajo que yo pudiera llevarme a casa no era nada comparado con las exigencias del ámbito médico.
Me dejó a un par de calles por insistencia mía. Salirse de la vía principal le habría tomado más tiempo cuando quisiera volver a meterse y, después de tantas horas de vuelo, me hacía falta estirar las piernas.
En el departamento todo seguía igual que cuando me fui, a excepción de la impecable limpieza. Los libros estaban en los estantes, ningún traste sucio en la cocina, el piso reluciente y los cojines de los sillones acomodados con minuciosidad.
No había mucho por hacer, por lo que me dediqué a empacar lo más que pudiera. Si bien no era una obsesa por la moda, uno no comprendía el espacio que ocupan dos años de vida hasta que era hora de cambiarla de código postal.
Tendría que donar las cosas que no fueran realmente importantes. Asimismo, debíamos empezar a ver lo de la venta del coche que, aunque no fuera modelo del año, podría dejarnos un poco para la construcción de la clínica.
Del pequeño estudio organicé todos los papeles importantes que fueran del trabajo y me prometí llevarlos en cuanto pudiera. Había varios contactos de proveedores, diseños en proceso de aprobación, modelos descartados, manuales operativos, organigramas tanto de las sucursales como de oficinas, e infinidad de reportes de ventas de todos los locales que la empresa tenía a lo largo y ancho del país.
Para cuando Graham llegó, a eso de las ocho de la noche, yo ya tenía un par de maletas repletas, me había dado un baño largo e incluso había salido al balcón a leer un rato hasta que el viento frío se volvió intolerable a través de mi albornoz. Al entrar, se fue directamente al cuarto de lavado, en donde de seguro dejó su pantalón y filipina. Tenía el semblante tan cansado como satisfecho.
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Doppelgänger
Paranormal¿Sabías que en algún lugar del mundo hay alguien idéntico a ti? ¿Sabías que si lo encuentras podrían pasar cosas terribles? O, peor aún, ¿Que si él te encuentra a ti, podrías morir? No, de seguro no lo sabías. La vida de Merybeth McNeil cambia cuand...