Solía pensar que no había muchas fuentes de empleo para un médico veterinario.
Tal vez siempre tuve esa idea porque donde crecí había pocas familias con mascotas. Justo en la esquina de Eriskay Avenue, el señor Johnson puso un consultorio para animales; era un local pequeño, adaptado en lo que antes fue su garage y cobertizo. Los carteles de razas de perros y gatos colgaban en las paredes de la salita de espera; vendía productos de limpieza y recreación que exhibía en los estantes detrás de su escritorio, y en otra habitación tenía una mesa metálica donde se suponía que revisaba a sus pacientes. Sin embargo, por muy lindo que estuviera el lugar y afable que fuera el doctor, rara vez vi clientes.
Cuando estábamos en la universidad creí que Graham correría la misma suerte: un consultorio modesto en donde habría actividad esporádicamente. No obstante, resulta que en Nueva York encontramos que la situación era muy distinta.
Quizá fuera por el hecho de que allí más personas decidían adoptar mascotas en vez de tener hijos, que había más concientización sobre la salud animal, o que el hospital veterinario estaba en una zona popular y acomodada. Fuera cual fuese la razón, el lugar donde Graham inició su internado, y posteriormente adquirió una plaza fija, recibía pacientes todos los días de la semana, a todas horas.
El dueño se preocupaba por cada aspecto de su negocio. Las instalaciones estaban limpias, tenía médicos especialistas y constantemente motivaba a sus empleados para que tomaran cursos, tanto de la rama, como de atención al cliente y español básico debido a la gran cantidad de hispanohablantes en la ciudad.
Recuerdo que una vez le tocó cubrir el turno nocturno y me quedé para hacerle compañía. Era aproximadamente la una de la madrugada cuando a urgencias llegó una mujer de mediana edad, llorando porque su cocodrilo de cinco años se había tragado un balón. Fuimos corriendo a la camioneta y casi me da un infarto al ver aquel animal, tan tranquilo en el piso del vehículo, y a la dueña irradiando tanta preocupación por una mascota tan poco convencional.
Aunque se le llamó al especialista, no había mucho personal, por lo que Graham se ofreció a asistirlo. Le tomaron radiografías, evaluaron la condición del reptil y mi novio escuchó atento cuando el doctor le enseñó cómo calcular la dosis adecuada de anestesia. Se le permitió estar presente en la cirugía del día siguiente, así como en las revisiones postoperatorias a pesar de que ni siquiera estuviera especializándose en fauna silvestre.
Si de por sí ya tenían una clientela aceptable, tras aquel episodio el hospital adquirió más popularidad, lo que implicó solicitudes fuera de turno. Cabe decir que eso fue una bendición para Grahms; tenía acercamiento a muchas especies y comenzó a inmiscuirse como asistente en casos a los que otros veterinarios generales no eran invitados a participar. Estaba feliz, aunque agotado por toda la dedicación.
El lunes se levantó temprano para una cirugía de emergencia pese a que era su día libre. Con solo escucharlo responder con voz ronca poco antes del alba supe que los planes del día cambiarían, así que me acurruqué a su cuerpo cinco minutos y luego lo dejé ir cuando salió de la cama.
En vez de frustrarme, aproveché el día para dejar los papeles pendientes en la oficina; era tan grande la caja que llevé que incluso el chico de la paquetería interna se ofreció a ayudarme para clasificar y entregar en las áreas correspondientes; no obstante, no tenía prisa y me serviría para platicar con algunos compañeros, por lo que terminé rechazando su oferta.
Mi última visita fue Valerie. Ella era una chica de apenas veintiún años que entró como pasante y terminó siendo mi asistente. Trabajar con ella a veces me parecía un sueño; tenía un carácter alegre y vivaz, su cara siempre mostraba una sonrisa franca de dientes blancos que contrastaban con su tez morena, y sus ojos rara vez perdían el brillo que los caracterizaba. Elegí dejarla al final porque sería más provechoso dar un paseo una vez que concluyera su jornada.
ESTÁS LEYENDO
Doppelgänger
Fantastique¿Sabías que en algún lugar del mundo hay alguien idéntico a ti? ¿Sabías que si lo encuentras podrían pasar cosas terribles? O, peor aún, ¿Que si él te encuentra a ti, podrías morir? No, de seguro no lo sabías. La vida de Merybeth McNeil cambia cuand...