Capítulo 09

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Al día siguiente desperté con menos resaca de la que creí que tendría. Al abrir mis párpados y ver la hora en el reloj, me levanté casi de un salto. Pasaban de las dos de tarde, jamás había dormido tanto.

Tras darme un baño largo para desentumir mis músculos, fui a comer a una cafetería cercana. Cuando le di una gran mordida a mi baguette de tres quesos, alguien se acercó a mí. Estaba enfundado en un traje oscuro, su corbata era de un amarillo que podría detener el tráfico, y balanceaba un maletín marrón con su mano rolliza. Parecía uno de esos vendedores de seguros que se la pasan revoloteando a tu alrededor.

—¡Hola, Merybeth-con-erre! ¿Te acuerdas de mí? ¡Soy TJ!

Casi me atraganto con el bocado al reconocerlo. Vestido de esa forma no se parecía en nada al borrachín que conocí la noche anterior.

—¡Hola, TJ! —respondí sin ocultar mi sorpresa—. ¿Qué haces por aquí?

—Regreso del trabajo —dijo con alegría—. ¿Te molesta si te acompaño?

Señalé una de las sillas como invitación. TJ se sentó al tiempo que se frotaba las manos, examinó el menú en completo mutismo e hizo su pedido: dos sándwiches de pollo y una malteada de fresa. Tenía una sonrisa tan amplia en su cara que era imposible no contagiarse de su buen humor.

—No pensé que trabajaras —solté desenfadada, dándole un sorbo a mi café frío—: Te ves muy joven. Pensé que aún seguías en la escuela.

—Ahora entiendo la fascinación que tiene mi buen amigo Alex contigo. —Rio y me guiñó un ojo—. Eres muy linda y amable. Sí, sí.

—¿La qué?

TJ se sonrojó y miró a los lados, como si buscara algo interesante con lo cual distraerse.

—¡Ay, soy un bocazas! Escucha, Mery —murmuró, cortando un trozo de su comida con los dedos apenas la mesera le puso el plato en la mesa—, te confesaré algo, pero si le dices a alguien, juro por mi santa madre que lo negaré y dejaré de ser tu amigo, ¿entendido? Bien, Alex me ha hablado de ti desde hace unos días. ¡¿Qué digo?! ¡Semanas!

—Ah, ¿sí? ¿Qué te contó? —pregunté con tono casual.

—Lo normal, lo normal. Que conoció a una chica loca y pelirroja que lo saca de sus casillas. Solo repito sus palabras, ¿eh? No creas que así te describo yo. En fin, habló tanto que cuando te presentaste en el pub fue como si ya te conociera. Espero que no te asustara mi actitud demasiado abierta, soy algo confianzudo con las personas, ¿sabes? —Pausó su diatriba para beber malteada y comer otro trozo de sándwich. Todavía con la boca llena, continuó—: Y tienes razón, soy más joven que el resto. Tengo veinte. Pero también soy un súper genio y por eso me salté varios años en el colegio. Así sucedió. Luego terminé aquí.

Lo miré anonadada. ¿Quién hubiera pensado que el chico regordete y ebrio del pub era uno de esos niños genios que sacan en documentales de la televisión?

En la hora que estuvimos ahí, aprendí más de él que de Alex desde que lo conocí. Me contó que nació en una de las zonas más pobres de Brooklyn y que luchó demasiado para salir adelante en la escuela, no por las notas, sino por el dinero de la colegiatura y útiles. Pidió una beca y lo admitieron en Harvard cuando tenía apenas dieciséis años. Luego se metió a trabajar medio tiempo en una cafetería del campus y, un año después, conoció a Robert y a Lucas, que estaban en la misma clase que él. Meses más tarde, lo invitaron a una fiesta ofrecida en la fraternidad de Alex —quien para ese entonces ya se había hecho muy amigo de los otros dos—, y en esa borrachera terminaron de consolidar su amistad.

DoppelgängerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora