Capítulo 22

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18 de mayo, 1948

Mamá me dejó ir con Rosemary y su familia a un día de campo junto al río. Esperaba que su hermano mayor fuera con nosotros, pero al parecer salió con una chica que conoció en la ciudad. Rosemary no dejó de parlotear diciendo que era probable que terminaran casándose.

La comida que preparó la señora Duglas estuvo magnífica, en especial esa tarta de manzana que nos sirvió cuando regresábamos de darle migas de pan a los pececillos. Las demás hermanas de Rosemary son muy divertidas.

El señor Duglas insistió en acompañarme hasta Wolfhill, pero se le veía cansado y lo convencí para que se fueran directo a su casa. Si me escoltaba se iba a desviar mucho y el calor haría que se fatigara más de lo que ya estaba; así que me despedí de ellos y caminé sobre el río para llegar a Main Road, pero algo dilató mi camino.

Debajo del viejo puente de piedra se encontraban varios niños sin hogar que se gritaban groserías y se lanzaban piedrecillas. Los mayores, como de mi edad, ignoraban a los pequeños y se concentraban en beber un líquido claro de una botella de vidrio.

Mamá siempre me enseñó que debía evitar a esa gente, pero no pude hacerlo porque vi algo que llamó mi atención.

Constance, mi hermanita de diez años, se encontraba sentada en las piernas de uno de los chicos y bebía a grandes tragos el líquido de la botella. Caminé hacia ella y la reprendí. Cuando salí de casa ésta mañana la había dejado en la biblioteca de papá leyendo un libro de cuentos; nuestros padres no estaban y pensé que no habría problema si la dejaba por un rato.

Cuando me acerqué a ella para regañarla me miró con desafío. Los niños me empezaron a agredir, pero Constance intervino y nos fuimos de ahí como alma que lleva el diablo. En todo el camino no le dirigí la palabra. Estaba avergonzada de su comportamiento. ¿Cómo es que, siendo tan pequeña, trabara amistad con esos chicos que la llevarían por un mal camino?

Entramos a la casa y ella se fue a jugar con sus muñecas que había dejado en la sala de estar. Me alegré de que mamá todavía no llegara del campo porque así podría charlar con mi hermana. Le dije que debíamos hablar y me la llevé a la biblioteca para ver por la ventana si alguien llegaba.

Casi me muero de la conmoción cuando veo a Constance sentada, justo donde la dejé, con el libro en sus manos. Mi hermanita volteó a vernos y se llevó una colosal sorpresa al ver a una niña igual a ella.

No podía creer lo que veían mis ojos. Tenía a Constance frente a mí y, al lado de ella, una niñita con la misma estatura, mismo pelo, mismos ojos, mismo cuerpo y misma voz. Lo único diferente eran sus prendas que se veían raídas y sucias.

Constance me pidió una explicación que no supe darle.

Mi hermana y yo éramos las únicas sorprendidas, los ojos de la extraña nos miraban con diversión, como si ella supiera quiénes éramos.

Le pregunté cómo se llamaba y dijo que respondía al nombre de Calíope. No volvió a hablar a pesar de que le hicimos más preguntas y le ofrecimos comida y agua limpia. Sin embargo, se sentó en la alfombra y siguió jugando con las muñecas de mi hermana.

Después de un rato vi por la ventana que mamá iba llegando y creí que ella nos daría alguna respuesta. Calíope nos pidió usar el sanitario; cuando mamá entró a la casa le dijimos lo que sucedía y que la niña estaba adentro, pero cuando abrimos la puerta ya no había nadie.

DoppelgängerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora