Capítulo 27

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Los cuatro días siguientes fueron terribles. La fiebre de Graham no podía disminuir y de nuevo parecía adelgazar a una velocidad alarmante. No conforme con eso, aparecieron varios cardenales en su piel sin motivo alguno que me mantenían en constante llanto cuando él no me veía.

Tampoco su estado anímico era de gran ayuda. Él notaba mi tristeza —por más que me esforzara en disimularla—, y eso lo sumía en una constante preocupación por mí que terminaba por hacer mella en su cuerpo enfermo.

Pocas veces salía de la cama, pero no dormía puesto que despertaba gritando, consumido por el terror. Un doctor vino y le recetó unas gotas que lo ayudarían a dormir; sin embargo, no le gustaba tomarlas ya que despertaba más cansado e irritable.

Ya no sabía qué hacer. Me sentía tan impotente por no saber cómo ayudarlo que entré en un estado de desesperación continua.

Quería ir a ver a Chester para preguntarle cómo habían detenido a la doppelgänger de su cuñada, pero me invadía un sentimiento de ansiedad terrible apenas daba un paso fuera del porche. No quería que Graham se quedara solo aunque nada más fuera a visitar al vecino y, cómo no tenía su teléfono fijo, tampoco podía llamarle.

Tal vez si nos fuéramos de aquí; no sé, ir a otro sitio lejos de Escocia y comenzar de nuevo. Si bien sabía que era una solución temporal, era mejor que quedarnos y esperar lo peor.

Quizá podríamos huir las veces que fuera necesario, pero ¿por cuánto tiempo? Ir de un lado a otro, como nómadas, nos agotaría; y eso sin mencionar que no sería una manera correcta de vivir.

Fue la noche del veintitrés de febrero que tomé la decisión más difícil de mi vida. A donde quiera que fuéramos, Alex nos encontraría; así que tenía que separarme de Graham para alejar a su doppelgänger tanto como fuera posible.

A lo mejor, si se daba cuenta de que él había ganado, ya no atormentaría a Grahms. No estaba muy segura de cómo funcionaban sus poderes sobrenaturales, pero supuse que cabía la gran posibilidad de frenar el deterioro físico si se mantenía cierta distancia entre ellos.

Subí a una de las habitaciones que usábamos como bodegas y encontré las dos maletas que me había traído de Nueva York. Como aún nos faltaba remodelar los muebles de la planta alta, todavía no habíamos desempacado la mayor parte de nuestras pertenencias. ¿Sería suficiente si me llevaba solo éstas?

Lágrimas rodaron por mis mejillas, mientras planificaba la mejor forma de irme de Guildtown. No toleraba la idea de irme sin despedirme de Graham; sin embargo, sería peor si le decía mis planes. No me dejaría marchar y su estado de salud seguiría empeorando.

También me debatí entre decirle a Alex o no hacerlo. No sabía cómo funcionaba su radar rastreador y no quería que él siguiera enfermando a Grahms, mientras yo estaba a kilómetros de distancia.

Saqué mi teléfono celular y observé fijamente la pantalla con mi pulgar ya listo para apretar el botón de llamada. Aunque de momento prefería actuar sola para aclarar ciertos asuntos, tenía que asegurarme de que todo esto se detendría y solo había una forma de obtener esa garantía.

Me llevé el teléfono a la oreja después de apretar el botón.

Con claridad podía escuchar el latir de mi corazón que retumbaba en mis oídos por la anticipación.

Timbró tres veces, la sangre que subió a mi cabeza hizo que me mareara.

Seis veces.

Siete veces.

—¿Merybeth? —dijo al otro lado de la línea.

Mi corazón se detuvo. Dejé salir el aire, deleitándome con el tono de su voz.

DoppelgängerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora