Capítulo 15

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No recorrimos mucho antes de llegar a un puente de piedra gris que cruzaba un río. Me detuve justo a la mitad para ver el agua caer de una pequeña cascada a unos cuantos metros de distancia; la luz del atardecer le confería al lugar un toque mágico.

—¿Podemos quedarnos aquí? —dije, recargando mi torso en el borde del puente.

Alex puso sus palmas en la fría piedra, una a cada lado de mí, encerrándome entre la barda y él. Sentía la calidez de su cuerpo en mi espalda y su respiración chocando contra mi cabello a pesar de que no estábamos tan juntos debido a las cosas que cargábamos.

—De hecho, pensaba traerte más al rato; cuando oscureciera del todo. Primero debemos ir a poner la tienda ahora que hay luz.

Seguimos avanzando por Church Bank sin salirnos del camino de asfalto que era flanqueado por robustos y frondosos árboles de follaje verde a los que aún no había alcanzado el otoño. A veces pasábamos por debajo de puentes antiguos y me pregunté con ociosidad a qué camino dirigían o por dónde podríamos llegar a ellos.

En algún punto del trayecto nos adentramos entre los árboles. Alex parecía conocer el camino a la perfección, avanzaba con seguridad sorteando piedras y ramas caídas; en ningún momento lo vi consultar un mapa, brújula, GPS o tan siquiera voltear a los lados para ubicarse.

—TJ me dijo que tenían reglas cuando viajaban —comenté mientras Alex levantaba un trozo de madera seca y lo guardaba en una bolsa de plástico que sacó del bolsillo de sus jeans. Supuse que era para encender una fogata.

—Se podría decir. No vamos al mismo lugar dos veces, puede ser el mismo país pero diferente región. Nos hospedamos en hoteles distintos y de preferencia separados...

—Eso es algo que me intrigó de ustedes —interrumpí—. De TJ lo entiendo porque él vive y trabaja en Londres, es lógico que tenga un departamento fijo. Pero no entiendo por qué los demás no están en el mismo hotel. Si yo fuera con mis amigas a algún lado, sería divertido vivir juntas.

—Bueno, por dos razones básicamente. La primera es que así podemos ampliar nuestros horizontes y conocer más sitios de interés. La segunda es que, como nuestro viaje dura un mes entero, también necesitamos privacidad; si no nos diéramos espacio, con nuestras personalidades tan distintas chocando en cada momento... bueno, terminaríamos hartándonos y no disfrutaríamos el tiempo juntos.

Eso me recordó lo que tenía miedo de preguntar.

—Entonces, cuando acabe noviembre... ¿Regresarás a Canadá? —Faltaba poco para que eso sucediera y temía que su respuesta fuera positiva.

—Por el momento, no —respondió en voz baja—. Tengo un par de asuntos pendientes por resolver que me obligarán a quedarme unas semanas más; pero sí, eventualmente lo haré.

Asentí con la cabeza tratando de no demostrar que me habían dolido sus palabras. En serio iba a extrañar a Alex, pero en el fondo sabía que estar lejos de él era lo mejor para ambos.

—Deberías acompañarnos en nuestra siguiente aventura. No sé a dónde iremos, pero eso sí, te aseguro que será divertido.

Volví a asentir. Temía que si emitía alguna palabra, mi voz sonaría quebrada.

Recogimos unas cuantas ramas más y salimos a un campo verde que se extendía sin límites hacia enfrente donde algunas colinas se erguían soberbias en la lejanía. Sin embargo, no nos alejamos demasiado del lindero del bosque. Dejamos las cosas sobre el césped, de varios centímetros de longitud, y comenzamos a sacar la tienda de campaña de su bolsa.

DoppelgängerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora