La sangre en mis venas se heló al instante. No recuerdo haber sentido tanto frío ni tanto miedo como el que sentí al presenciar la escena frente a mí.
Cuando vi a Alex por primera vez quedé impresionada por la igualdad. Después, al conocerlo mejor, noté que su personalidad era completamente distinta y eso tenía más peso que la semejanza física. Pero ahora, al verlos juntos en una misma habitación, el sobresalto era mayúsculo.
Si yo fuera uno de ellos y me encontrara con alguien igual a mí me sorprendería tanto que probablemente entraría en estado de shock; sin embargo, ellos estaban tranquilos, mirándose fijamente en silencio como si fuera una reunión de viejos conocidos que no saben de qué hablar.
Graham entró al vestíbulo, maletas en mano, y se quitó su abrigo de viaje con tranquilidad para ponerlo sobre el perchero. Se le veía un poco turbado, aunque no tanto como lo estaría cualquier persona en su lugar.
Alex, en cambio, parecía complacido.
—Grahms —dije con voz temblorosa—. ¿Qué haces aquí? Pensé que llegarías hasta enero.
El aludido volteó a verme con una sonrisa tímida dibujada en el rostro.
—Estaba preocupado por ti. No contestabas mensajes ni llamadas y pensé que te había pasado algo —Depositó un beso fugaz sobre mis labios antes de rodearme con sus brazos—. Además, quería pasar la Navidad contigo; por eso adelanté mi viaje.
Alex nos escudriñó, entrecerrando los ojos; recargó su cuerpo en el barandal de las escaleras y esperó a que Graham terminara de abrazarme. Nuestras miradas se encontraron y sentí una punzada de congoja, pero no supe si era por lo que estábamos haciendo minutos antes en el comedor o por el dolor que vi en su semblante al observar esa muestra de cariño.
Graham me soltó, acarició mi mejilla con su pulgar y volteó para encarar a Alex.
—¿Podemos hablar en privado? —preguntó con profesionalismo, como cuando hablaba con los dueños de los pacientes que llegaban a la clínica.
Alex asintió. Graham me dio un apretón suave en la mano y ambos se dirigieron al final del pasillo, al lado del cuarto de invitados, donde estaba la biblioteca de la familia Sinclair. Antes de entrar, Grahms volteó a verme y me sonrió con tristeza.
En cuanto la puerta se cerró, la casa quedó sumida en un silencio que amenazaba con alterarme los nervios.
Fui a la cocina para servirme té, lo puse de nuevo sobre la estufa para que se calentara y traté de esperar paciente, pero mi ansiedad pudo más. Saqué del refrigerador un gran tazón repleto de uvas que engullí con rapidez mientras mis uñas tamborileaban sobre la barra de granito, haciendo un ruido que no hacía nada por serenarme.
Jamás me había puesto a considerar la posibilidad de que esto llegaría a suceder en algún momento, así que tampoco me había tomado la molestia de imaginar mi reacción ante tal suceso. Digo, ¡solo me dieron dos días para hacerme a la idea de que no debían verse!
Y no fue como si me hubiera sentado a reflexionarlo a consciencia. Tal vez me había sugestionado tanto con la situación paranormal que inconscientemente supuse que el día que ellos dos se encontraran —si es que eso llegaba a pasar—, sucedería algo extraño. No sé, la tierra temblaría, caería una tormenta o el mismísimo dueño del averno se aparecería frente a nosotros para advertirnos que era nuestro fin. Bien, lo último era un poco exagerado, pero ¿quién podría decirme qué cosas de este tipo eran reales y cuáles no?
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Doppelgänger
Paranormal¿Sabías que en algún lugar del mundo hay alguien idéntico a ti? ¿Sabías que si lo encuentras podrían pasar cosas terribles? O, peor aún, ¿Que si él te encuentra a ti, podrías morir? No, de seguro no lo sabías. La vida de Merybeth McNeil cambia cuand...