Capítulo 18

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¿Cuál era la probabilidad de encontrar al esposo desaparecido de una mujer muerta que busqué hace semanas? ¿Una en un millón? ¿Menos que eso?

Miré de nuevo la fotografía, sintiendo la sangre abandonar mi cabeza; el cráneo me pesaba como si de la nada se hubiera vuelto de plomo.

Sí, definitivamente era ella de joven.

—Es idéntica a Sharon —murmuré casi en un susurro.

—¿Sharon? —preguntó sorprendido—. ¿Conoces a mi nieta?

Asentí abstraída, hipnotizada con la chica que me escrutaba con sus ojos de papel; era como si Emeraude, desde el más allá, me estuviera viendo a través del retrato.

—No mucho. La conocí cuando fui a buscar a su esposa en la tienda de tarot y...

—¿También llegaste a conocer a mi difunta esposa? —interrumpió, exaltado de felicidad. Quizá le agradaba conocer alguien con quien pudiera platicar de ella.

Retiré la mirada del cuadro para poder concentrarme.

—No, realmente no. Un día soñé con ella.

Su expresión de júbilo se tornó en una de recelo.

—¿Qué te dijo?

—¿Quién?

—Emeraude —respondió con urgencia—. ¿Te dijo algo en ese sueño?

No comprendía la imperiosa necesidad que tenía Chester de saber los diálogos ficticios que mi subconsciente se inventó con una persona muerta. Traté de recordar algo de lo que la señora mencionó, pero nada había tenido sentido. Después de todo, solo había sido eso: un sueño. ¿Qué importaba?

—Eh... pues no sé. Algo sobre dobles, anclas, dos lados de una moneda...

Mi interlocutor palideció como si acabara de ver a un fantasma. Quizá hasta la propia Emeraude había hecho acto de presencia detrás de mí, como solía hacerlo.

El señor Graves regresó a la sala, tambaleándose al caminar; se sentó con dificultad y sacó su pañuelo para secarse el sudor frío de la frente.

—¿Se encuentra bien?

Sus ojos aterrados estaban perdidos en el espacio y me pregunté si debería llamar a una ambulancia. Eso estaba a punto de hacer cuando me miró frenético.

—¿Tú eres un ancla? ¿Fuiste marcada por el Doppelgänger?

—¿Qué se supone que significa eso?

¿Doppel-qué? Ya había escuchado esa palabra antes, pero ¿dónde?

—Es mejor que te vayas, niña —soltó áspero.

Salí de la casa caminando como autómata. Aunque traté de desechar mi evidente aturdimiento, no tuve éxito; seguía igual de atónita que antes. ¿Era una característica del matrimonio Graves el dar respuestas ambiguas?

Afuera, el cielo ya estaba oscuro y frías ráfagas de viento azotaban las copas de los árboles. Caminé sobre la calzada con una terrible sensación de pánico. ¿Qué diablos había pasado?

Mis pisadas me alejaron del conjunto de casitas al inicio de Wolfhill Road y ahora solo podía ver los pastizales que parecían un furioso mar negro. A lo lejos vislumbré la granja con las luces encendidas; me apresuré, casi corrí, para resguardarme de la temperatura que había bajado considerablemente.

DoppelgängerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora