Me desorienté al abrir los ojos. ¿Qué hacía en el sillón?
Luego, lo recordé todo.
Me levanté como resorte sin dejarme amedrentar cuando las paredes comenzaron a dar vueltas alrededor de mí. Cerré los ojos para que se me pasara el vértigo y los abrí al sentir un poco de estabilidad.
La casa estaba en lúgubre silencio. Afuera, seguían los dos autos estacionados. ¡Maldita sea! ¿A dónde habían ido?
Subí a la planta alta rogando internamente que estuvieran hablando en alguna habitación, pero no se escuchaba ningún ruido. Por si las dudas, abrí todas las puertas con la esperanza de sorprenderlos; solo encontré aquel perturbador mutismo y una soledad que me pareció un mal presagio.
Al dirigirme de nuevo a las escaleras, vi que de la puerta del fondo salía un débil haz de luz; corrí y entré sin percatarme de que era la habitación del señor Sinclair. Aunque me sorprendió que la cerradura estuviera abierta, no divagué mucho en ese pensamiento ya que algo acaparó mi absoluta atención.
La iluminación, que provenía de una viejísima lámpara de noche sobre el buró, dejó en evidencia una caja sobre la cama.
Di un grito de horror al ver el interior.
A pesar de que estaba vacía, la espuma protectora marcaba la figura inconfundible de aquello que había estado guardando: un revólver.
A mi mente llegaron las palabras que con tanto desenfado dijeron mientras estábamos en la sala: el doble debía morir.
Hiperventilé. Traté de calmarme, pero era una tarea difícil considerando lo que mis ojos estaban viendo. Si bien no quería que Alex muriera, me preocupaba más Graham puesto que no estaba en igualdad de condiciones. Alex podría vencerlo sin problemas.
Decidida a dejar la habitación para ir a buscarlos bajo la tormenta de ser necesario, di unos cuantos pasos hacia atrás y la puerta se cerró de golpe, dejándome encerrada.
Un grito de terror absoluto salió de mi boca sin que pudiera controlarlo.
Desesperada, traté de girar el pomo; pero era como si estuviera bloqueado. Luego, la temperatura descendió y una tensión palpable se instauró en el ambiente.
Me sentí observada; hubiera apostado todo lo que tenía a que había alguien —o algo— dentro del cuarto, justo detrás de mí. La piel se me puso de gallina y me replegué a la pared para escudriñar cada rincón.
Aunque no se veía nada fuera de lo normal, seguía sintiendo el escrutinio de alguien. Mi cuerpo reaccionó ante ese estímulo, agudizando mis sentidos en busca de cualquier sonido o movimiento, por mínimos que fueran.
Estaba entrando en pánico.
El aire dejó de llegar a mis pulmones, un nudo se quedó atorado en mi garganta y los ojos se me pusieron llorosos por la frustración. Tenía que hacer algo antes de que el miedo me paralizara más de lo que ya lo había hecho o, peor aún, que me llevara a considerar ideas extremas, como abrir la ventana y escapar por ahí.
Abrí el cajón del buró para buscar las llaves, pero no encontré más que cachivaches viejos. Le di la vuelta a la cama para buscar en la otra mesita de noche y mi pie chocó contra algo pesado que me hizo tropezar y caer estrepitosamente sobre el suelo de madera.
El objeto que me hizo caer era una caja de cartón mucho más grande que la que estaba protegiendo al revólver. En el interior había cosas viejas como álbumes, periódicos e itinerarios de viajes. Sin embargo, hubo algo que de inmediato llamó mi atención. En la esquina del primer álbum sobresalía una diminuta fotografía en la que estábamos Graham y yo en la pradera la segunda vez que me trajo a su hogar.
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Doppelgänger
Paranormal¿Sabías que en algún lugar del mundo hay alguien idéntico a ti? ¿Sabías que si lo encuentras podrían pasar cosas terribles? O, peor aún, ¿Que si él te encuentra a ti, podrías morir? No, de seguro no lo sabías. La vida de Merybeth McNeil cambia cuand...