La tenue luz de la mañana ya alumbraba el interior de la tienda cuando abrí mis ojos al despertar. Mi cabeza estaba sobre el pecho de Alexandre, que seguía profundamente dormido, y uno de sus brazos todavía estaba alrededor de mí.
Volteé a ver su rostro, las comisuras de sus labios se elevaban unos cuantos milímetros y un mechón de su cabello despeinado le caía sobre la frente; incluso así, su cara tenía ese gesto de picardía que tanto lo caracterizaba.
Busqué mi ropa, desperdigada por todos lados, y me vestí para salir. A pesar de que hice bastante ruido maldiciendo por no encontrar mi short, Alex no despertó; ni siquiera cuando descubrí que la prenda que buscaba estaba debajo de su espalda y lo tuve que mover con poco tacto para poder sacarla. Si acaso, solo se estremeció ligeramente cuando abrí el cierre de la tienda y una brisa fría, que se coló al interior, sopló sobre su torso desnudo.
Densa neblina cubría la gran extensión de campo frente a mí dejando ver solo la cima de las colinas a lo lejos. Entre los árboles se escuchaba el cantar matutino de diversas aves y algunas ardillas corrían de tronco en tronco o brincaban sobre las ramas buscando su desayuno.
Saqué la mochila con la esperanza de encontrar algo que darles y hallé algunas barritas de granola y una cantimplora con agua a la que le di un gran trago; era refrescante sentir el líquido frío bajar por mi garganta.
Abrí el empaque metálico de una de las barras, la partí en trozos diminutos y me acerqué a la orilla del bosque con la palma extendida para que los animalitos la olieran. Al principio algunas ardillas me miraron vacilantes, otras más huyeron a las copas de los árboles, recelando mis intenciones. Me senté sobre la hierba —aún con la palma extendida, pero dejándola a nivel del piso—, y traté de quedarme lo más quieta posible. Pasó un largo rato antes de que alguna de ellas lograra confiar en que no le haría daño y se acercó zigzagueando hasta mí, olfateó la comida con su diminuta y húmeda nariz, tomó un trocito y salió disparada a uno de los árboles más cercanos para comer lo que se había llevado.
Algunas ardillas la imitaron y tuve que partir las tres barritas que sobraban hasta que ya no quedó nada más que darles.
Di la vuelta para regresar. Alex ya estaba despierto y vestido; me observaba desde la tienda, sentado en la entrada, con una mirada inescrutable.
—Buenos días —saludé con alegría tendiéndole la cantimplora.
—Buenos días, dulzura. —Una gota transparente descendió hacia su mentón. Me quedé embobada viéndolo y rememorando la noche anterior.
—¿Y bien? —Carraspeé—. ¿Cuál es el itinerario de hoy?
Deseé que dijera que nos quedaríamos encerrados en el hotel. No sé si tenía la inconveniente habilidad de leerme el pensamiento o sus ideas estaban en sincronía con las mías porque sonrió de lado y un brillo perverso apareció en sus ojos.
—Bueno, primero levantaremos todo esto. Iremos a desayunar a una cafetería que está cerca de aquí, regresaremos al hotel por nuestras cosas y de vuelta a Londres.
—¡Wow! Es el plan más interesante que he oído en mi vida —repuse con sarcasmo. Eso lo hizo reír.
Alex se levantó y comenzó a enrollar las mantas.
—O podríamos quedarnos aquí si es lo que prefieres, pero te perderías la noche inolvidable que tengo planeada para ti —dijo con indiferencia.
Un retortijón agradable apareció en mi vientre al escuchar esas palabras. Me encogí de hombros para no mostrar demasiado interés y lo ayudé a recoger.
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Doppelgänger
Paranormal¿Sabías que en algún lugar del mundo hay alguien idéntico a ti? ¿Sabías que si lo encuentras podrían pasar cosas terribles? O, peor aún, ¿Que si él te encuentra a ti, podrías morir? No, de seguro no lo sabías. La vida de Merybeth McNeil cambia cuand...