Tres mujeres

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Linda y yo vivíamos justo frente al parque McArthur, y una noche que estábamos
bebiendo vimos por la ventana que caía un hombre. una visión extraña, parecía un chiste, pero
no era ningún chiste pues el cuerpo se estrelló en la calle. «dios mío», le dije a Linda, «¡se
espachurró como un tomate pasado! ¡no somos más que tripas y mierda y material pegajoso!
¡ven! ¡ven! ¡míralo! ». Linda se acercó a la ventana, luego corrió al baño y vomitó. luego
volvió. me volví y la miré. «te lo digo de veras, querida, es exactamente igual que un gran
cuenco de espaguettis y carne podrida, aderezado con una camisa y un traje rotos!». Linda
volvió corriendo al baño y vomitó otra vez.
me senté y seguí bebiendo vino. pronto oí la sirena. lo que necesitaban en realidad era el
departamento de basuras. bueno, qué coño, todos tenemos nuestros problemas. yo no sabía
nunca de dónde iba a venir el dinero del alquiler y estábamos demasiado enfermos de tanto
beber para buscar trabajo. cuando nos preocupábamos, lo único que podíamos hacer para
eliminar nuestras preocupaciones era joder. esto nos hacía olvidar un rato. jodíamos mucho y,
para suerte mía, Linda tenía un polvo magnífico. todo aquel hotel estaba lleno de gente como
nosotros, que bebían vino y jodían y no sabían después qué. de vez en cuando, uno de ellos se
tiraba por la ventana. pero el dinero siempre nos llegaba de algún sitio; justo cuando todo
parecía indicar que tendríamos que comernos nuestra propia mierda, una vez trescientos
dólares de una tía muerta, otra un reembolso fiscal demorado. otra vez, iba yo en autobús y en
el asiento de enfrente aparecen aquellas monedas de cincuenta centavos. yo no sabía, ni lo sé
todavía, qué significaba aquello, quién lo había dejado allí. me cambié de asiento y empecé a
guardarme las monedas. cuando llené los bolsillo, apreté el timbre y bajé en la primera parada.
nadie dijo nada ni intentó detenerme. en fin, cuando estás borracho, sueles ser afortunado;
aunque no seas un tipo de suerte, puedes ser afortunado.
pasábamos siempre parte del día en el parque mirando los patos. te aseguro que cuando
andas mal de salud por darle sin parar a la botella y por falta de comida decente, y estás
cansado de joder intentando olvidar, no hay como irse a ver los patos. quiero decir, tienes que
salir del cuarto, porque puedes caer en la tristeza profunda profunda y puedes verte en seguida
saltando por la ventana. es más fácil de lo que te imaginas. así que Linda y yo nos sentábamos
en un banco a mirar los patos. a los patos les da todo igual, no tienen que pagar alquiler, ni
ropa, tienen comida en abundancia, les basta con flotar de aquí para allá cagando y graznando.
picoteando, mordisqueando, comiendo siempre. de cuando en cuando, de noche, uno de los del
hotel captura un pato, lo mata, lo mete en su habitación, lo limpia y lo guisa. nosotros lo
pensamos pero nunca lo hicimos. además es difícil cogerlos; en cuanto te acercas
¡SLUUUSCH! una rociada de agua y el cabrón se fue... nosotros solíamos comer pastelitos
hechos de harina y agua, o de vez en cuando robábamos alguna mazorca de maíz (había un
tipo que tenía un plantel de maíz) no creo que llegase a conseguir comer ni una mazorca, y
luego robábamos siempre algo en los mercados al aire libre... me refiero a las tiendas que
tienen mercancías expuestas a la puerta; esto significaba un tomate o dos o un pepino pequeño
de cuando en cuando, pero éramos ladronzuelos, raterillos, y nos basábamos sobre todo en la
suerte. los cigarrillos era más fácil, te dabas un paseo de noche y siempre alguien dejaba la
ventanilla de un coche sin subir y un paquete o medio paquete de cigarrillos en la guantera. en
fin nuestros auténticos problemas eran la bebida y el alquiler. y jodíamos y nos
preocupábamos por esto.
y como siempre llegan los días de desesperación total, llegaron los nuestros. no había
vino, no había suerte, ya no había nada. no había crédito de la casera ni de la bodega. decidí
poner el despertador a las cinco y media de la mañana y bajar al Mercado de Trabajo Agrícola,
pero ni siquiera el despertador funcionó bien. se había estropeado y yo lo había abierto para
arreglarlo. tenía un muelle roto y el único medio que se me ocurrió de arreglarlo fue romper un

La Máquina
 de follarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora