Veinticinco vagabundos andrajosos

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ya sabéis lo que pasa con las apuestas de las carreras de caballos, viene una racha de suerte
y crees que nunca pasará. había conseguido recuperar aquella casa, tenía incluso jardín propio,
con tulipanes de todas clases que crecían bella y asombrosamente. estaba de suerte. tenía
dinero. ya no recuerdo qué sistema había inventado, pero el sistema trabajaba y yo no, y era
una forma de vida bastante agradable; y estaba Kathy. Kathy valía. el vejete de la puerta de al
lado me veía con ella y le temblaba la mandíbula. Andaba siempre llamando a la puerta. ,
—¡Kathy! ¡oh Kathy! ¡Kathy!
salía a abrir yo, vestido sólo con mis pantalones cortos.
—oh, yo creía...
—¿qué quieres, cabrón?
—creí que Kathy...
—Kathy está cagando. ¿algún recado?
—yo... compré estos huesos para su perro.
llevaba una gran bolsa con huesos secos de pollo.
—darle a un perro huesos de pollo es como echar cuchillas de afeitar en el desayuno de un
niño. ¿quieres asesinar a mi perro, so cabrón?
—¡oh, no!
—entonces guárdate esos huesos y lárgate.
—no entiendo.
—¡métete esa bolsa en el culo y lárgate de aquí!
—es que yo creía que Kathy...
—ya te lo dije, ¡Kathy está CAGANDO!
y cerré de un portazo.
—no deberías ser tan duro con ese viejo asqueroso, Hank, dice que le recuerdo a su hija
cuando era joven.
—vaya, así que se tiraba a su hija. pues que joda con un
queso suizo. no le quiero a la puerta.
—¿acaso crees que le dejo entrar cuando tú te vas a las carreras?
—eso no me preocupa lo más mínimo.
—¿qué es lo que te preocupa entonces?
—lo único que me preocupa es quién se pone encima y quién debajo.
—¡lárgate ahora mismo, hijo de puta!
me puse la camisa y los pantalones, luego los calcetines y los zapatos.
—antes de que haya recorrido cuatro manzanas ya estaréis abrazados.
me tiró un libro. yo no estaba mirando y el canto del libro me dio en el ojo izquierdo. me
hizo un corte y mientras me ataba el zapato derecho una gota de sangre me cayó en la mano.
—oh, cuánto lo siento, Hank.
—¡no te ACERQUES A MI!
salí y cogí el coche, lo lancé marcha atrás a cincuenta por hora, llevándome parte del seto
y luego un poco de estuco de la fachada con la parte izquierda del parachoques trasero. me
había manchado la camisa de sangre y saqué el pañuelo y me lo puse sobre el ojo. iba a ser un
mal sábado en las carreras. estaba desquiciado.
aposté como si estuviese por medio la bomba atómica. quería ganar diez de los grandes.
hice grandes apuestas. no conseguí nada. perdí quinientos dólares. todo lo que había sacado.
sólo me quedaba un dólar en la cartera. volví a casa lentamente. iba a ser una noche de sábado
terrible. aparqué el coche y entré por la puerta trasera.
—Hank. . .
—¿qué?

La Máquina
 de follarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora