Purpura como un iris

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En un lado del pabellón decía A-1, A-2, A-3, etc., y allí estaban los hombres. En el otro
decía B-1, B-2, B-3, y allí tenían a las mujeres. Pero luego decidieron que sería buena terapia
dejarles mezclarse de vez en cuando, y era muy buena terapia: jodíamos en los retretes, en el
jardín, detrás del granero, en cualquier sitio.
Muchas de las que estaban allí se fingían locas porque los maridos las habían cazado
dándole al asunto con otros, pero todo era cuento, pedían ellas mismas que las ingresaran y así
los maridos se compadecían, y luego salían y volvían a las andadas. Luego volvían a entrar,
salían, etc. Pero mientras estaban allí dentro, tenían que hacerlo, y nosotros hacíamos todo lo
posible por ayudarlas, y, por supuesto, el personal estaba muy ocupado: los médicos jodiendo
con las enfermeras y los ayudantes jodiéndose entre sí, por eso apenas se enteraban de lo que
hacíamos nosotros. Y eso estaba muy bien.
He visto más locos fuera (mira donde quieras: almacenes, fábricas, oficinas de correos,
tiendas de animales, partidos de béisbol, oficinas políticas) que dentro. A veces me preguntaba
por qué estarían allí. Había un tipo absolutamente equilibrado. Podías hablar con él sin
problema, se llamaba Bobby, parecía normal del todo. De hecho, parecía muchísimo más
normal que la mayoría de los comecocos que intentaban curarnos. No podías hablar con un
comecocos sin sentirte loco tú mismo. La razón de que la mayoría de los comecocos se hagan
comecocos es que están preocupados por su propio coco. Y examinar la propia mente es lo
peor que puede hacer un loco, y todas las teorías que digan lo contrario son pura mierda. De
vez en cuando, algún loco preguntaba algo así:
—Oye, ¿dónde está el doctor Malov? No ha aparecido hoy. ¿Está de vacaciones, o le han
trasladado?
—Está de vacaciones —contestaba otro loco—, y le han trasladado.
—No lo entiendo.
—Cuchillo de carnicero. Muñecas y cuello. No dejó ni una nota.
—Era un tipo tan agradable.
—Sí, mierda, sí.
Esto es algo que yo no podía entender. Quiero decir lo de que funcionase radio Macuto en
lugares como aquél. Radio Macuto nunca se equivoca. Fábricas, grandes instituciones como
aquélla... corre el rumor de que ha pasado esto y aquello. Y más aún, ~ con días, con semanas
de antelación, oyes cosas que resultan ciertas. A1 viejo Joe, que llevaba allí veinte años, le
iban a soltar. O nos iban a soltar a todos o cualquier cosa así. Siempre era cierto.
Otra cosa de los comecocos, volviendo a ellos, era que yo nunca podía entender por qué
tenían que seguir la vía dura teniendo a su disposición todas aquellas píldoras.
No tienen ni una chispa de inteligencia ninguno de ellos.
Bueno, en fin, volviendo al asunto, los casos más avanzados (quiero decir avanzados
respecto a una aparente cura) tenían permiso para salir a las dos de la tarde los lunes y los
jueves, y tenían que volver a las cinco y media porque si no perdían sus privilegios. La teoría
era que así podríamos lentamente ajustarnos a la sociedad. Ya sabes, en vez de simplemente
saltar del manicomio a la calle. Un vistazo podría hacerte volver en seguida, al ver a todos
aquellos locos sueltos allí fuera.
A mí se me concedían mis privilegios de lunes y jueves, durante los cuales visitaba a un
médico al que tenía enganchado v me cargaba de benzedrina, dexedrina, mezendrina, arcoiris,
libriums y demás, gratis. Se lo vendía a los pacientes. Bobby las comía como caramelos, y
Bobby tenía muchísimo dinero. En realidad, la mayoría lo tenía. Como dije, a veces me
preguntaba por qué Bobby estaba allí. Era normal en casi todas las áreas de conducta. Sólo
tenía una cosita: de vez en cuando, se levan. taba y se metía las manos en los bolsillos y alzaba
mucho las perneras de los pantalones y andaba ocho o diez pasos soltando un torpe silbidillo.Una especie de melodía que tenía en la cabeza. No era muy musical. Era una especie de
melodía, siempre la misma. Duraba sólo unos segundos. Eso era lo único que le pasaba a
Bobby. Pero seguía haciéndolo entre veinte y treinta veces al día. Yo al verlo, al principio, creí
que bromeaba y pensé, vaya, que tío más simpático y agradable. Luego, más tarde, te dabas
cuenta de que tenía que hacerlo.
Vale. ¿Dónde estaba? Bien. A las chicas las dejaban salir a las dos de la tarde también, y
entonces teníamos más posibilidades con ellas. Ponía muy caliente el andar jodiendo por
aquellos retretes, pero teníamos que darnos prisa porque rondaban por allí los cazadores. Eran
tipos con coche, que conocían el horario del hospital y llegaban con sus coches y nos birlaban
a nuestras lindas y desvalidas damas.
Antes de meterme en el tráfico de drogas, no tenía casi dinero y sí muchos problemas.
Tuve una vez que trincarme a una de las mejores, Mary, en el water de señoras de una
gasolinera. Fue bastante difícil dar con la postura (cualquiera se tumba en el suelo de un
meadero) y el asunto no iba bien de pie, era espantoso hasta que recordé un truco que
aprendiera una vez. Cruzando en tren Utah. Con una linda y joven india borracha de vino. Le
dije a Mary que pusiera una pierna encima del lavabo. Yo subí una pierna encima del lavabo
también y entré. Funcionó bien. Recuérdalo. Puede serte útil algún día. Puedes, incluso, soltar
el agua caliente y que te bañe los huevos para añadir una sensación más. Pero el caso es que
salió primero Mary del water de señoras y luego salí yo. Y me vio el de la gasolinera.
—Eh, amigo, ¿qué hacía usted en el water de señoras?
—¡Vaya hombre, vaya! —hice un delicado movimiento con la muñeca—. ¿Es que quieres
ligarme? —y salí meneando el culo. No pareció poner en duda mi condición. Eso estuvo
preocupándome muchísimo unas dos semanas. Luego, lo olvidé...
Creo que lo olvidé. En fin, de todos modos, la droga funcionaba bien. Bobby se lo tragaba
todo. Le vendí incluso un par de píldoras anticonceptivas. Se las tragó también.
—Buen material, amigo. Consígueme más, ¿vale?
Pero el más raro de todos ellos era Pulon. Siempre estaba sentado en una silla junto a la
ventana, sin moverse. Nunca iba al comedor. Nadie le veía comer. Pasaban semanas. Y él
seguía allí, sentado en su silla. Pero se relacionaba realmente con los locos que eran casos
perdidos: la gente que nunca hablaba con nadie, ni siquiera con los comecocos. Se plantaban
allí y hablaban con Pulon. Hablaban, cabeceaban, reían, fumaban. Aparte de Pulon, también a
mí se me daba muy bien el relacionarme con estos casos perdidos.
—¿Cómo hacéis para vencer su resistencia? —nos preguntaban los comecocos.
Entonces, ambos les mirábamos sin contestar.
Pero Pulon podía hablar con gente que llevaba veinte años sin hablar. Conseguía que
contestaran a preguntas y que le contaran cosas. Pulon era muy raro. Era uno de esos hombres
inteligentes capaces de morir sin soltar prenda... y quizás por eso seguía aquel camino. Sólo un
zoquete tiene bolsas llenas de consejos y respuestas a todas las preguntas.
—Escucha, Pulon —dijo—, tú nunca comes. Nunca te veo comer nada. ¿Cómo puedes
mantenerte?
—Jijijijijijiji. Jijijijijiji.
Me presenté voluntario para trabajos especiales sólo por salir del pabellón, para andar por
el hospital. Yo era un poco como Bobby, sólo que no me subía los pantalones y silbaba alguna
desentonada versión de la Carmen de Bizet. Yo tenía aquel complejo de suicidio y los graves
ataques depresivos y no podía soportar las muchedumbres y, sobre todo, no podía soportar
estar en una larga cola esperando por algo. Y en eso es en lo que se está convirtiendo toda la
sociedad: largas colas y esperar por algo. Intenté suicidarme con gas y no resultó. Pero tenía
otro problema. Mi problema era salir de la cama. Me fastidiaba salir de la cama, siempre. Solía
decir a la gente: «Los mayores inventos del hombre son la cama y la bomba atómica: la
primera te aisla y la segunda te ayuda a escapar». Me tomaban por loco. Juegos de niños, eso
es todo lo que hace la gente, juegos de niños. Van del coño a la tumba sin que les roce siquiera
el horror de la vida.Sí, me fastidiaba levantarme de la cama por la mañana. Esto significaba empezar la vida
de nuevo y después de estar en la cama toda la noche has creado un tipo de intimidad a la que
es muy difícil renunciar. Yo siempre fui un solitario. Perdona, supongo que lo que me pasa es
que estoy desquiciado, pero, quiero decir, salvo por lo de echar un polvete de vez en cuando,
no me importaría que todos los habitantes del mundo se muriesen. Sí, sé que no es agradable.
Pero yo me pondría tan contento como un caracol; después de todo fue la gente la que me hizo
desgraciado.
Todas las mañanas igual:
—Bukowski, ¡arriba!
—¿Quéeeee?
—He dicho: ¡Bukowski arriba!
—¿Cómo?
—¡Nada de COMO! ¡Arriba! ¡Levántate de una vez!
—... arrrrr... tu puta hermana...
—Iré a avisar al doctor Blasingham.
—A la mierda el doctor Blasingham.
Y allí llegaba trotando Blasingham, furioso, algo alterado, en fin, porque estaba
metiéndole el dedo a una de las estudiantes de enfermera en su despacho, una que soñaba con
casarse e ir de vacaciones a la Riviera francesa... con un viejo subnormal al que ni siquiera se
le levantaba. Doctor Blasingham. Chupasangre de fondos del condado. Un farsante y un
mierda. Yo no entendía cómo no le habían elegido aún presidente de Estados Unidos. Quizás
no lc. hubiesen visto aún... estaba tan ocupado sobando y baboseando las bragas de la
enfermera...
—Vamos, Bukowski, ¡ARRIBA!
—No hay nada qué hacer. No hay absolutamente nada que hacer... ¿Es que no se da
cuenta?
—Arriba. O perderá todos sus privilegios.
—Mierda. Eso es como decir que perderás el condón cuando no hay nada que joder.
—De acuerdo, cabrón... yo, el doctor Blasingham, voy a contar... veamos... Uno... Dos...
Me levanté de un salto.
—El hombre es la víctima de un medio que se niega a comprender su alma.
—Tú perdiste el alma en el parvulario, Bukowski. Venga, lávate y prepárate para el
desayuno...
Me dieron el trabajo de ordeñar las vacas, por último, y tenía que levantarme antes que
nadie. Pero era agradable tirarles de las tetas a las vacas aquellas. Y me puse de acuerdo con
Mary para encontrarnos junto al granero aquella mañana. Toda aquella paja. Sería bárbaro,
bárbaro. Yo estaba tirándole de las tetas al bicho cuando asomó Mary por un lado.
—Venga vamos, pitón.
Ella me llamaba «pitón». No tengo idea .por qué. Quizás piense que soy Pulon, pensaba
yo. Pero, ¿qué demonios saca un hombre de pensar? Sólo problemas. En fin, subimos al altillo
del pajar, nos desvestimos; desnudos los dos como ovejas trasquiladas, tiritando; aquella paja
limpia y dura clavándose en la carne como alfileres de hielo. Demonios, era lo que se lee en
las novelas antiguas, dios mío, estábamos allí...
Entré. Era magnífico. Ya empezaba a engranar cuando pareció como si todo el ejército
italiano hubiese irrumpido en el pajar:
—¡EH! ¡ALTO! ¡ALTO! ;SUELTA A ESA MUJER!
—¡DESMONTA INMEDIATAMENTE!
—¡SACA TU PIJO DE AHI!
Una pandilla de auxiliares, magníficos chicos todos, homosexuales la mayoría, demonios,
yo no tenía nada contra ellos, pero... Vaya: suben la escalerilla...
—¡ESTATE QUIETO, ANIMAL!
—¡SI TE CORRES TE CORTAMOS LOS HUEVOS!
Aceleré, pero era inútil. Eran cuatro. Me arrancaron de allí y me tiraron de espaldas. —¡DIOS SANTO, MIRA ESE CHISME!
—¡PURPURA COMO UN IRIS Y LARGO COMO MEDIO BRAZO! ¡PALPITANTE,
GIGANTESCO, FEO!
—¿DEBEMOS?
—Podríamos perder el trabajo.
—Pero quizás mereciera la pena.
En ese momento entró el doctor Blasingham. Eso lo resolvió todo.
—¿Qué pasa ahí arriba? —preguntó.
—Tenemos a este hombre bajo nuestro control, doctor.
—¿Y la mujer?
—¿La mujer?
—Sí, la mujer.
—Oh... ella está más loca que el diablo.
—De acuerdo, que se pongan la ropa y que vengan a mi despacho. Por separado. ¡Primero
la mujer!
Me hicieron esperar allí fuera, a la puerta del despacho particular de Blasingham. Allí
estuve sentado entre dos auxiliares en aquel duro banco, pasando de un ejemplar del Atlantic
Monthly a otro del Reader's Digest. Una tortura. Como estar muriéndose de sed en el desierto
y que te preguntes qué prefieres: chupar una esponja seca o que te metan nueve o diez granos
de arena garganta abajo...
Supongo que Mary recibió una buena reprimenda del doctor. Luego, sacaron a Mary y me
metieron a mí. Blasingham parecía tomarse muy en serio el asunto. Me dijo que llevaba varios
días vigilándome con unos prismáticos. Que sospechaba de mí desde hacía semanas. Dos
embarazos sin aclarar. Le dije que privar a un hombre de relaciones sexuales no era el medio
más saludable de ayudarle a recobrar el juicio. El proclamó que la energía sexual podía
transferirse columna vertebral arriba y reciclarse para otros usos más gratificantes. Le dije que
creía que podía ser así, si fuese voluntario pero que siendo a la fuerza, a la columna vertebral
podía muy bien no apetecerle transferir energía para otros usos más gratificantes. En fin, en
resumen, perdí mis privilegios por dos semanas. Pero antes de diñarla, espero echar un por lo menos .

La Máquina
 de follarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora