Veinticinco vagabundos andrajosos (cuarta parte)

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recorrí dos calles a toda prisa y nadie vio al gran hombre de mundo de suaves manos
blancas y grandes ojos soñadores. lo conseguí.
enfilé la tercera calle. todo fue bien hasta que oí la voz de una niñita. estaba en su patio.
unos cuatro años.
—¡hola, señor!
—¿sí? ¿qué pasa niña?
—¿dónde está tu perro?
—oh, jajá, aún dormido.
—oh.
siempre paseaba al perro por aquella calle. había allí un solar vacío donde cagaba siempre
el perro. éste fue el final. Cogí los folletos que quedaban, los basculé en la parte trasera de un
coche abandonado junto a la autopista. el coche llevaba allí meses sin ruedas. no sabía las
consecuencias que podía tener, pero eché todos los papeles en la parte trasera. luego doblé la
esquina y entré en mi casa. Kathy aún estaba dormida. la desperté.
—¡Kathy! ¡Kathy!
—oh, Hank... ¿todo bien?
vino el perro y le acaricié.
—¿sabes lo que HICIERON ESOS HIJOS DE PUTA?
—¿qué?
—¡me dieron mi propio barrio para repartir folletos!
—oh. bueno, no es muy agradable, pero no creo que a la gente le importe.
—¿es que no comprendes? ¡con la reputación que me he creado! ¡yo soy un vivo! ¡no
pueden verme con un saco de mierda a la espalda!
—¡bah, no creo que tengas esa reputación! son cosas tuyas.
—¿pero qué demonios dices? ¡has estado con el culo caliente en esta cama mientras yo
estaba por ahí fuera con un montón de soplapollas!
—no te enfades. espera un momento que voy a mear.
esperé allí mientras ella soltaba su soñoliento pis femenino. ¡Dios mío, qué lentas son! el
coño es una máquina de mear muy ineficaz. es mucho mejor el pijo.
Kathy salió.
—mira Hank, no te preocupes. me pondré un vestido viejo y te ayudaré a repartir los
folletos. en seguida acabamos. los domingos la gente duerme hasta tarde.
—¡pero si ya me han VISTO!
—¿que ya te han visto? ¿quién?
—esa chiquilla de la casa marrón de la calle West Moreland.
—¿te refieres a Myra?
—¡no sé cómo se llama!
—si sólo tiene tres años.
—¡no sé cuantos años tiene, pero me preguntó por el perro!
—¿qué te dijo del perro?
—¡me preguntó dónde ESTABA?
—vamos, yo te ayudaré a librarte de esos folletos.
Kathy se estaba poniendo un vestido viejo, raído y gastado.
ya me he librado de ellos. se acabó. los eché en ese coche abandonado que hay en la
autopista.
—¿no lo descubrirán?
—¡JODER! ¡y qué más da!
entré en la cocina y cogí una cerveza. cuando volví Kathy estaba otra vez en la cama. me
senté en un sillón.
—¿Kathy?
—¿sí?

La Máquina
 de follarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora