trozo y enganchar de nuevo el resto, cerrarlo y darle cuerda. ¿queréis saber lo que les pasa a
los despertadores, y supongo que a toda clase de relojes, si les pones un muelle más pequeño?
os lo diré: cuanto más pequeño sea el muelle, más deprisa andan las manecillas. era una
especie de reloj loco, os lo aseguro, y cuando nos cansábamos de joder para olvidar las
preocupaciones, solíamos contemplar aquel reloj e intentar determinar la hora que era
realmente. y veías correr aquel minutero... nos reíamos mucho.
luego, un día, tardamos una semana en adivinarlo, descubrimos que el reloj andaba treinta
horas por cada doce horas reales de tiempo. y había que darle cuerda cada siete u ocho, porque
si no se paraba. a veces despertábamos y mirábamos el reloj y nos preguntábamos qué hora
sería.
—¿te das cuenta, querida? —decía yo— el reloj anda dos veces y media más deprisa de lo
normal. es muy fácil.
—sí, pero ¿qué hora era cuando pusiste el reloj por última vez? —me preguntó ella.
—que me cuelguen si lo sé, nena, estaba borracho.
—bueno, será mejor que le des cuerda porque si no se parará.
—de acuerdo.
le di cuerda, luego jodimos.
así que la mañana que decidí ir al Mercado de Trabajo Agrícola no conseguí que el reloj
funcionase. conseguimos en algún sitio una botella de vino y la bebimos lentamente. yo
miraba aquel reloj, sin entenderlo, temiendo no despertar. simplemente me tumbé en la cama y
no dormí en toda la noche. luego me levanté, me vestí y bajé a la calle San Pedro. había
demasiada gente por allí, paseando y esperando. vi unos cuantos tomates en las ventanas y
cogí dos o tres y me los comí. había un gran cartel: SE NECESITAN RECOGEDORES DE
ALGODON PARA BAKERSFIELD. COMIDA Y ALOJAMIENTO. ¿qué demonios era
aquello? ¿algodón en Bakersfield, California? pensé en Eli Whitney y el motor que había
eliminado todo aquello. luego apareció un camión grande y resultó que necesitaban
recogedores de tomates. bueno, mierda, me fastidiaba dejar a Linda en aquella cama tan sola.
no la creía capaz de dormir sola mucho tiempo. pero decidí intentarlo. todos empezaron a subir
al camión. yo esperé y me aseguré de que todas las damas estaban a bordo, y las había
grandes. cuando todos estaban arriba, intenté subir yo. un mejicano alto, evidentemente el
capataz, empezó a subir el cierre de la caja: «¡lo siento, señor,1
completo»! y se fueron sin mí.
eran casi las nueve y el paseo de vuelta hasta el hotel me llevó una hora. me cruzaba con
mucha gente bien vestida y con expresión estúpida. estuvo a punto de atropellarme un tipo
furioso con un Caddy negro. no sé por qué estaba furioso. quizás el tiempo. hacía mucho calor.
cuando llegué al hotel, tuve que subir andando porque el ascensor quedaba junto a la puerta de
la casera y ella andaba siempre jodiendo con el ascensor, limpiándolo y frotándolo, o
simplemente allí sentada espiando.
eran seis plantas y cuando llegué oí risas en mi habitación. la zorra de Linda no había
esperado mucho. en fin, le daré una buena zurra y también a él. abrí la puerta.
eran Linda, Jeannie y Eve.
—¡querido! —dijo Linda. se acercó a mí. estaba toda elegante, con zapatos de tacón alto.
me dio un montón de lengua cuando nos besamos.
—¡Jeannie acaba de recibir su primer cheque del desempleo y Eve está en la ayuda a los
desocupados! ¡estamos celebrándolo!
había mucho vino de Oporto. entré y me di un baño y luego salí con mis pantalones cortos.
me gusta mucho enseñar las piernas. nunca he visto unas piernas de hombre tan grandes y
vigorosas como las mías. el resto de mi persona no vale demasiado. me senté con mis raídos
pantalones cortos y posé los pies en la mesita de café.
—¡mierda! ¡mirad esas piernas! —dijo Jeannie. —sí, sí —dijo Eve.
Linda sonrió.