veinticinco vagabundos andrajosos (segunda parte )

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—estás pálido como la muerte. ¿qué pasó?
—se acabó. estoy hundido. perdí quinientos.
—Diós mío. lo siento —dijo—. es culpa mía.
se acercó a mí, me abrazó.
—maldita sea, no sabes cuánto lo siento —dijo—. la culpa fue mía, lo sé muy bien.
—olvídalo. tú no hiciste las apuestas.
—¿aún sigues enfadado?
—no, no, sé que no estás jodiendo con ese viejo cerdo.
—¿puedo prepararte algo de comer?
—no, no. trae una botella de whisky y el periódico.
me levanté y fui al escondite del dinero. nos quedaban ciento ochenta dólares. bueno,
había sido peor muchas otras veces, pero tenía la sensación de haber emprendido el camino de
vuelta a las fábricas y los almacenes si aún podía conseguir eso. cogí diez, el perro aún me
quería. le tiré de las orejas, a él no le importaba el dinero que yo tuviese. era un as aquel perro,
sí. salí del dormitorio. Kathy estaba pintándose los labios ante el espejo. le di un pellizco en el
trasero y la besé detrás de la oreja. tráeme también un poco de cerveza y puros. necesito
olvidar.
se fue y oí tintinear sus tacones en el camino. era la mejor mujer que podía haber
encontrado y la había encontrado en un bar. me retrepé en el sillón y contemplé el techo. un
golfo. yo era un golfo. siempre esa repugnancia hacia el trabajo, siempre intentando vivir de la
suerte. cuando Kathy regresó le dije que me sirviera un buen trago. sabía hacerlo. le quitó
incluso el celofán al puro y me lo encendió. parecía alegre y estaba muy guapa. hicimos el
amor. hicimos el amor en medio de la tristeza. me reventaba verlo irse todo: coche, casa,
perro, mujer. había sido una vida fácil y agradable.
tenía que estar muy afectado porque abrí el periódico y busqué la sección de ofertas de
trabajo.
—mira, Kathy, aquí hay algo. se necesitan hombres, domingo. paga el mismo día.
—oh, Hank, descansemos mañana. ya conseguirás ganar con los caballos el martes.
entonces todo parecerá mejor.
—pero mierda, niña, ¡cada billete cuenta! los domingos no hay carreras. hay en Caliente,
sí, pero piensa en ese veinticinco por ciento que cobra Caliente y en la distancia. puedo
divertirme y beber esta noche y luego coger esa mierda mañana. esos billetes extra pueden
significar mucho.
Kathy me miró extrañada. jamás me había oído hablar así. yo siempre actuaba como si
nunca fuese a faltar el dinero. aquella pérdida de quinientos dólares me había alterado por
completo. me sirvió otro buen trago. lo bebí inmediatamente. alterado, señor, señor, las
fábricas. los días desperdiciados, los días sin sentido, los días de jefes y memos, y el reloj,
lento y brutal.
bebimos hasta las dos, lo mismo que en el bar, y luego nos fuimos a la cama, hicimos el
amor, dormimos. puse el despertador para las cuatro, me levanté; cogí el coche y estaba en el
centro de la ciudad a las cuatro y media. me planté en la esquina con unos veinticinco
vagabundos andrajosos. allí estaban liando cigarrillos y bebiendo vino.
bueno, es dinero, pensé. volveré... algún día iré de vacaciones a París o a Roma. que se
vayan a la mierda estos tipos. yo no pertenezco a esto.
entonces algo me dijo, eso es lo que están pensando TODOS: yo no pertenezco a esto.
TODOS ELLOS están pensando lo mismo. y tienen razón. ¿sí?
hacia las cinco y diez apareció el camión y subimos.
Dios mío, ahora podría estar durmiendo con el culo pegado al lindo culo de Kathy. pero es
dinero, dinero.
algunos contaban que acababan de salir del furgón. apestaban los pobres. pero no parecían
tristes. yo era el único triste.

La Máquina
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