me pasé la noche sin dormir, con John el Barbas. hablamos de Creeley, él a favor, yo en
contra, y yo estaba borracho cuando llegué y llevaba cerveza conmigo. hablamos de muchas
cosas, de mí, de él, simple conversación general, y pasó la noche. hacia las seis, me metí en el
coche, arrancó y bajé de las colinas hasta Sunset. conseguí entrar en casa, busqué otra cerveza,
la bebí, conseguí desvestirme, me acosté. desperté al mediodía, malo, salté de la cama, me
enfundé la ropa, me limpié los dientes, me peiné. contemplé un rostro balanceante en el
espejo, me volví de prisa, giraron las paredes, salí por la puerta y logré entrar en el coche, puse
rumbo sur hacia Hollywood Park. lo de siempre.
aposté diez al favorito, 8 por 5, y me volví para salir y ver la carrera. un chaval alto de
traje oscuro corrió hacia la ventanilla intentando apostar en el último minuto. el cabrón debía
medir más de dos metros. intenté zafarme pero me arreó con el hombro en plena cara. casi me
noquea. me volví: «cabrón hijoputa, ¡TEN CUIDADO!», grité. El estaba tan obsesionado con
su apuesta que no me oyó siquiera. subí la rampa y vi entrar el 8 por 5. luego salí del club y
entré en la parte de la tribuna principal y cogí una taza de café caliente, sin leche. toda la pista
parecía un ondulamiento psicodélico. 5,60 veces 5. 18 pavos de beneficio, primera carrera. no
quería estar en la pista. no quería estar en ningún sitio. hay veces que un hombre tiene que
luchar tanto por la vida que ni tiempo tiene de vivirla. volví al club, acabé el café, me senté
para no desmayarme. malo, malísimo. cuando me quedaba un minuto, volví a la cola. un tipejo
japonés se volvió, y me dijo nariz con nariz: «¿a quién prefiere?», ni siquiera tenía programa.
intentaba atisbar en el mío. los hay que son capaces de apostar diez o veinte pavos en una
carrera y luego son tan tacaños que no compran un programa de cuarenta centavos que
contiene además el historial de los caballos. «no me gusta ninguno». le dije, con un bufido. así
me libré de él. se volvió a intentar leer el programa del que tenía delante en la cola. atisbaba
por el costado del tipo, por encima del hombro. hice mi apuesta y salí a ver la carrera, Jerry
Perkins corría como el jamelgo de catorce años que era, Charley Short parecía como dormido
en la bici. quizás hubiese estado también despierto toda la noche. con el caballo. ganó Night
Freight, 18 por 1, yo rompí los boletos. el día antes había ganado un 15 por 1 y luego un 60
por 1. querían empujarme al precipicio. tenía ropa y zapatos de espantapájaros. un jugador
puede gastar en todo menos en ropa: el trago vale, comida, jodienda, pero ropa no. Mientras
no estés desnudo y tengas tu verde, te dejan apostar.
la gente miraba a una tía de minifalda cortísima. ¡pero CORTA de veras! y era joven y con
clase. comprobé. demasiado. una dormida' me costaría cien. decía que trabajaba de camarera
en un sitio. yo volví al mío con mi ropa andrajosa y ella se fue a la barra y se pagó su propia
bebida.
tomé otro café.
le había dicho a John el Barbas la noche anterior que el Hombre suele pagar cien veces
más por un polvo de lo que vale, de todos modos. yo no. los demás sí. la de la minifalda valía
unos ocho dólares. sólo me aumentaba unas trece veces su valor. buena chica.
me puse a la cola para la apuesta siguiente. con el tablero a cero. la carrera estaba a punto
de terminar. el chico gordo que había delante de mí parecía dormido. no parecía que quisiese
apostar. «vamos, apueste y muévase», dije. parecía atascado en la ventanilla. se volvió
lentamente y le eché a un lado, metiéndole el codo, le saqué de la ventanilla. si me decía algo,
le pensaba atizar. la resaca me había puesto nervioso. aposté veinte ganador a Scottish Dream,
un buen caballo, aunque temía que Craine no lo montara bien. no le había visto una buena
carrera. así que, en fin... se lo merecía. salieron y un 18 por 1 le pasó en la recta final. quedó el
segundo. el precipicio estaba cada vez más cerca. miré a la gente. ¿qué hacían ellos allí? ¿por
qué no estaban trabajando? ¿cómo hacían? había unos cuantos ricos en el bar. ellos no estaban
preocupados, pero tenían esa mirada mortecina especial del rico que llega cuando el espíritu de lucha se esfuma de ellos y no queda nada que lo sustituya... ningún interés, sólo ser ricos.
pobres diablos. sí. ja, jajajá, ja. no bebía más que agua. estaba seco, seco. enfermo y seco. y
descolgado. para el arrastre. acorralado otra vez. qué deporte aburrido. se acercó a mí un
hispano bien vestido que olía a asesinato e incesto. olía como una tubería de cloaca atascada.
—dame un dólar —dijo. —vete a la mierda —dije yo, muy tranquilo. se volvió y se acercó al
siguiente. —dame un dólar —dijo. tuvo su respuesta. se había topado con un duro de Nueva
York. —dame tú diez, pijotero —le dijo el duro. paseaba por allí otra gente, timados por el
Dream. quebrados, furiosos, angustiados. machacados, mutilados, engañados, cazados,
estafados, atrapados. jodidos. volverían a por más si consiguieran algo de dinero. ¿yo? yo iba a
empezar a robar carteras o a hacerme macarra, algo así. la carrera siguiente no fue mejor.
llegué otra vez segundo, Jean Daily me fastidió con Peper Tone. empecé a convencerme de
que todos mis años de experiencia en las carreras (tantas horas nocturnas de estudio) eran pura
ilusión. demonios, eran sólo animales y tú los soltabas y pasaba algo. habría estado mejor en
mi casa oyendo algo muy cursi (Carmen en inglés) y esperando a que el casero me echara a
patadas. en la quinta carrera volví a quedar segundo con Bobbijack, me ganó Stormy Scott N.
la elección obvia era Stormy, sobre todo porque tenía el mejor jinete, Farrington, y había
cerrado con once cuerpos en su última carrera. segundo otra vez en la sexta. con Shotgun, un 1
buen precio a 8 por 1. y se fueron con él, Peper Streak le ganó. rompí el boleto de diez dólares.
quedé el tercero en la séptima y fueron 50 dólares. En la octava tenía que elegir entre Creedy
Cash y Red Wave. me quedé al final con Red Wave, y naturalmente, ganó Creedy Cash a 8
por 5, con O'Brien. lo que no fue ninguna sorpresa... Creedy había ganado ya 10 de 19 aquel
año. se me había ido la mano con Red Wave y ya eran 90 pavos. fui a los urinarios a echar una
meada, allí estaban todos dando vueltas, dispuestos a matar, a robar carteras. una multitud
remota y maltratada. pronto saldrían, terminado ya todo. vaya vida... familias rotas, trabajos
perdidos, negocios perdidos. locura. pero pagaba impuestos al buen estado de California,
amigo. un siete u ocho por ciento de cada dólar. parte de eso construía carreteras. pagaba
policías para amenazarte. construía manicomios. alimentaba y pagaba al gobierno. un tiro más.
aposté por un jaco de once años, Fitment, un caballo que la había armado en su última carrera,
terminó a trece cuerpos contra seis mil quinientos apostadores, y que corría ahora contra un
par de doce mil quinientos y un ocho mil. había que estar loco, y además aceptando sólo 9 por
2. aposté diez ganador a Urrall, a 6 por 1, como apuesta de compensación y aposté cuarenta
ganador a Fitment. Eso me hundía ciento cuarenta pavos en el agujero. cuarenta y siete años y
aún correteando por el País de las Hadas. atrapado como el palurdo más imbécil. salí a ver la
carrera. Fitment iba a dos largos al doblar la primera curva, pero corría bien. no te hundas,
queridito, no te hundas. al menos concédeme una carrerita, sólo una. para qué quieren los
dioses cagar siempre sobre el mismo individuo: yo. que todos tengan su oportunidad. es bueno
para su resistencia. estaba oscureciendo y los caballos corrían entre la nieve. Fitment se lanzó
a la cabeza al enfilar la pista opuesta a la recta final. hacía una carrera tranquila. pero Meadow
Hutch, el favorito 8 por 5 dio la vuelta y se colocó delante de Fitment. corrieron así por la
primera curva y luego Fitment avanzó, alcanzó a Meadow Hutch, lo igualó y lo dejó atrás.
bien, hemos liquidado al favorito 8 por 5, ahora sólo quedan otros ocho caballos. mierda,
mierda, no le dejarán, pensé. saldrá alguno del grupo. un alivio. los dioses no me lo
concederán. volvería a mi habitación y me tumbaría en la oscuridad con las luces apagadas,
mirando al techo, preguntándome qué significaba todo aquello. Fitment estaba a dos cuerpos
en la recta final y yo esperaba. parecía una recta muy larga. Dios mío, ¡qué larga ERA! ¡qué
LARGA!
no podrá ser. no puedo soportarlo. qué oscuro está.
ciento cuarenta pavos menos. enfermo. viejo. imbécil. desgraciado. verrugas en el alma.
las jóvenes duermen con gigantes de inteligencia y cuerpo. las chicas se ríen de mí cuando
voy por la calle.
Fitment. Fitment.
mantenía los dos cuerpos. seguía. quedaron a dos cuerpos y medio. nadie se acercó más.
maravilloso. una sinfonía. sonreía hasta la niebla. le vi llegar a la meta y luego me acerqué y bebí un poco más de agua. cuando volví habían puesto el precio: 11,80 dólares por 2. había
ganado 40. saqué la pluma y calculé. ingreso: 236 dólares, menos mis 140. un beneficio de 96.
Fitment. amor. niño. amor. caballo florido.
la cola de los diez dólares era larga. fui a los lavabos, me chapucé la cara. había
recuperado el ritmo otra vez. salí y busqué los boletos.
¡sólo encontraba TRES boletos de Fitment! ¡había. perdido uno en algún sitio!
¡aficionado! ¡imbécil! ¡majadero! me sentía enfermo. un boleto de diez pavos valía
cincuenta y nueve dólares. volví sobre mis pasos. recogiendo boletos. ninguno del número 4.
alguien había cogido mi boleto.
me puse a la cola, buscando en la cartera. ¡pedazo de burro! luego, encontré el otro boleto.
se había deslizado por detrás de una abertura de la cartera. era la primera vez que me pasaba.
.cartera de mierda!
cobré mis 236 dólares. vi a Minifalda buscándome. ¡oh, no no no no NO! me largué en el
ascensor, compré un periódico, esquivé a los conductores del aparcamiento, llegué al coche.
encendí un puro. bueno, pensé, no hay por qué negarlo: simplemente un genio no puede
perder. con esta idea encendí mi Plymouth del 57. conduje con gran cuidado y cortesía.
Tarareé el concierto en D mayor para violín y orquesta de Pedro Ilych Tchaikovsky. había
inventado un pasaje verbal que abarcaba el tema principal, la melodía principal: cuna vez más,
volveremos a ser libres. oh, una vez más, volveremos a ser libres, libres otra vez, libres otra
vez...».
salí entre los furiosos perdedores. los fracasados. lo único que les quedaba eran aquellos
coches de seguro caro y aún sin pagar. se desafiaban y se arriesgaban a la mutilación y al
asesinato, zumbando, acuchillando, sin ceder ni un centímetro, me desvié en Century. se me
paró él coche justo en la salida, y bloqueé detrás a otros catorce. pisé en seguida el pedal, hice
un guiño al policía de tráfico, luego le di a la puesta en marcha. engranó y salí, continué a
través de la niebla. Los Angeles no era, en realidad, mal sitio: allí un buen sinvergüenza
siempre podía salir adelante.